¿Ser «inteligente» o «aprovecharse del sistema»?

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jueves, 13 de octubre, 2016

En el debate presidencial el domingo pasado entre candidatos Hillary Clinton y Donald Trump, surgió otra vez el tema de los impuestos de Trump.  Como Trump no ha divulgado sus declaraciones de impuestos, el público no sabe si ha pagado impuestos federales en años recientes.  Sin embargo, recientemente se filtró su declaración de 1995, en la que declara una pérdida de 916 millones de dólares, lo cual sugiere que podría haberlo evitado por muchos años.  Además, el candidato mismo dijo en el debate domingo que usa sus pérdidas para evitar pagar impuestos.  Pero aprovechar de una provisión del código tributario de esta manera, indicó en el primer debate, demuestra que es «inteligente».  No sólo sus portavoces sino también muchos ciudadanos ordinarios parecen estar de acuerdo.  ¿Quién le da dinero al gobierno aunque puede arreglar sus finanzas para no necesitar hacerlo?

Por supuesto, la justificación de Trump es insincera.  Habla como si sólo siguiera las provisiones de algo para lo que no tiene ninguna responsabilidad; la realidad es que él y muchos otros ricos contribuyen a campañas políticas para influir legislación tributaria.  Además, que algo sea legal no significa que es moral.  Multimillonario Warren Buffet, por ejemplo, ha argumentado que los ricos deberían pagar más impuestos en vez de menos.  La declaración de Trump que lo que ha hecho es «inteligente» es obviamente problemática.  Pero aceptemos, a modo de argumento, su definición de inteligencia—sacar provecho de las reglas o leyes de una sociedad para ganar más dinero o pagar menos.  Entonces, ¿quién más puede considerarse «inteligente»?

Considera, por ejemplo, gente en edad de trabajar que no lo hace por discapacidades y recibe pagos de seguro social para mantenerse.  En la mayoría de los casos, sus limitaciones físicas o mentales realmente no les permiten trabajar.  Pero hay los que tienen diagnósticos bastante comunes, problemas que tienen otros que trabajan regularmente—dolor de espalda, por ejemplo.  Como descubrió la reportera de NPR (Radio Pública Nacional) Chana Joffe-Walt, con frecuencia «se trata de un juicio subjetivo hecho en una oficina médica».  Es decir, hay los que en teoría «podrían trabajar» en algún tipo de puesto pero que tienen la habilidad o el conocimiento o la suerte de acudir a doctores que los diagnostican con discapacidades.  Esto, por supuesto, le da rabia al público por lo general.  Dice con fastidio, ¿por qué reciben beneficios del gobierno cuando podrían trabajar?  Incluso en la agencia benéfica en la que yo trabajaba, escuchaba a otros voluntarios criticar a los pobres que—en su opinión—se encontraban en estas circunstancias.  Pero usando la lógica de Trump, no es su decisión «inteligente»?  Se podría preguntar—en la vena de los comentarios sobre los que no pagan impuestos si pueden evitarlo aprovechando de alguna estipulación tributaria—¿quién trabaja si no necesita hacerlo?   Deberíamos considerar a esa gente «inteligente».

En otros casos, se trata de gente que recibe beneficios concretos—comida, juguetes para sus hijos en la Navidad, ropa—de programas de caridad.  Estos programas, por supuesto, se destinan a ayudar a gente pobre que no puede comprar estas cosas; en muchos casos, hay requisitos de ingresos para recibir ayuda.  Otros programas, sin embargo, no tienen estos requisitos, aunque sea obvio que su propósito es ayudar a los pobres.  Por supuesto, programas así a veces atraen a los que, estrictamente hablando, no necesitan esta ayuda (aunque sean pobres).  Como la situación con los que reciben seguro social pero «podrían» trabajar, este fenómeno le da rabia al público y a muchos que trabajan para agencias benéficas.  «Están aprovechándose y no es justo», dicen; «¿por qué si pueden comprar algo quieren recibirlo gratis?»  Pero usando la lógica de Trump en sus comentarios sobre impuestos, ¿por qué no?  No representa fraude; las provisiones de los programas permiten esto y entonces ¿no es «inteligente» recibir algo gratis en vez de pagar por ello?  ¿Quién pagaría por algo si pudiera tenerlo gratis?

Mi punto, obviamente, no es justificar el comportamiento de Trump ni de los que se aprovechan de otros programas públicos y privados, aunque sea legal.  Ni estoy diciendo que la «inteligencia» definida así es algo admirable; calculaciones sin consideración moral deben criticarse.  Quiero llamar la atención al estándar doble que hace que la gente considere un tipo de decisiones «inteligentes» en el caso de personas ricas y lo llame «aprovechándose del sistema» en cuanto a los pobres.  De hecho, se podría decir que deberíamos criticar más a los ricos que lo hacen, dado que sus decisiones «inteligentes» nos cuestan mucho más.

Foto: freeimages.com/Cameron H

Reportaje de Chana Joffe-Walt (NPR): http://apps.npr.org/unfit-for-work/

El racismo cotidiano y la elección presidencial en los EEUU

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lunes, 10 de octubre, 2016

Hace poco más de una semana—un periodo que parece una eternidad en esta temporada electoral—se publicó en el Washington Post un perfil de una seguidora del candidato Donald Trump.  Ostensiblemente una exploración de las creencias de alguien que apoya al candidato racista y sexista, la historia describe a una mujer cuyas perspectivas están al margen incluso de las de la mayoría de los partidarios de Trump.  No sólo cree que Obama es musulmán sino también que es probable que la primera dama sea hombre y que hayan secuestrado a las hijas de otra familia.  La reportera presenta a la mujer en cuestión en un tono que la menosprecia—y que enfatiza sus problemas personales y características negativas—describiendo su profanidad, sus hospitalizaciones para enfermedades mentales, sus episodios de problemas extremas mentales cuando no estaba tomando su medicamento para la ansiedad.  Otras referencias en el artículo representan pistas para los lectores de la clase intelectual—la autora menciona muchas veces que la mujer fuma constantemente; hay una foto de ella mostrando la camisón que llevaba cuando se le arrestó por amenazas en línea—que indican que esta mujer es una marginada, una loca, alguien totalmente diferente que la gente normal del país.

Este artículo ha sido criticado, afortunadamente, por muchos periodistas y lectores; se ha notado que la publicación misma se aprovechó de la  vulnerabilidad de una mujer con enfermedades mentales y una vida muy triste para supuestamente entretener a todos los que quieren reírse—educadamente y con una fingida tristeza—de su manía y estupidez.  Me ofendió por estas razones, pero para mí representa algo más: es un ejemplo de cómo los medios—y la gente blanca por lo general en los EEUU hoy en día—suele pensar en el racismo como algo extremo, extraño, fácilmente identificable, escandaloso, en vez de enfocarse en el racismo cotidiano que se esconde detrás de ideas comunes o aceptables pero que están basadas en prejudicios y exclusión.

No me malinterpretes; estoy, por supuesto, en contra de estas expresiones abiertas además del racismo sutil, y me preocupa mucho la violencia y retórica horrible de grupos abiertamente racistas y los que atacan a manifestantes en los eventos de Trump.  Pero el problema del racismo no sólo tiene que ver con los que expresan abiertamente y en términos muy feos su odio hacia afroamericanos, latinos, musulmanes y inmigrantes. Si fuera así, el problema del racismo sería mucho más limitado y fácil de identificar.  Si fuera así, Trump sólo gozaría del apoyo de una base bastante limitada.  Pero la realidad es diferente; hay mucha gente de la clase media y media alta, comentaristas conocidos y gente que no puede ser descartada  fácilmente por periodistas, que justifican y toleran las expresiones abiertas del racismo de Trump.  Sus perspectivas encajan en otra categoría: el racismo cotidiano.

En un artículo publicado en 2000, el activista antirracista Tim Wise explora este tipo de racismo.  «El problema de racismo no se encuentra en los extremos», explica Wise.  Es algo escondido detrás de proclamaciones de mucha gente ordinaria—que los inmigrantes toman nuestros trabajos; que no necesitamos leyes en contra de la discriminación; que es aceptable que los dueños blancos de casas no quieran alquilar o vender a gente de otras razas.  Esta gente niega ser racista y señala a la gente como la mujer del artículo arriba mencionado; afirma, como dice Wise, que el racismo es el problema de otros.

Es esta presuposición misma que, en muchos sentidos, permite que el racismo cotidiano continúe.  Si nos enfocamos en sólo las expresiones abiertas y escandalosas, no necesitamos enfrentar las perspectivas racistas que impregnan nuestra sociedad y perpetúan la desigualdad.  Este racismo invisible, como dice Wise, es «mucho más problemático» y representa una amenaza más poderosa.  Aplicando el argumento de Wise al fenómeno de Trump, podríamos decir que el problema verdadero no es una mujer enferma y enojada sino los seguidores «educados» y respetados de Trump, los pastores y líderes que lo apoyan y los votantes que no son al margen de la sociedad sino en posiciones de influencia y poder.

El 8 de noviembre, la temporada electoral terminará.  Nadie sabe que va a pasar con la gente de la derecha extrema que se ha vista envalentonada por el racismo de Trump.  ¿Van a continuar promoviendo sus ideas abiertamente o van a salir del ámbito público?  ¿Van a seguir con manifestaciones violentas, gritando cosas feas, o van a juntarse fuera del ojo público como antes de esta elección?  Son preguntas interesantes pero no son las más importantes.  Deberíamos preguntar, ¿cómo vamos a enfrentar el racismo cotidiano que ha hecho posible la candidatura de Trump? ¿Vamos a aprender como el racismo cotidiano nos ha llevado a esta pesadilla o vamos a ignorar este problema nacional y permitir (asegurar) que esta historia se repita?

Foto: Por uraniumc (tomada por iphone) [Dominio público], vía Wikimedia Commons

Perfil en el Washington Post de una seguidora de Trumphttps://www.washingtonpost.com/national/finally-someone-who-thinks-like-me/2016/10/01/c9b6f334-7f68-11e6-9070-5c4905bf40dc_story.htm

Artículo de Tim Wise de 2000http://www.raceandhistory.com/historicalviews/18062001.htm (las traducciones son mías)

¿Una puerta o un muro? La confesión y percepciones del cristianismo

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martes, 4 de octubre, 2016

Me encuentro con frecuencia con gente con una perspectiva escéptica y a veces sospechosa sobre el cristianismo.  Para cristianos en los EEUU, esto es, me imagino, bastante común; en nuestros círculos de amigos y colegas hay muchos que viven completamente en el mundo secular.  Tal vez hayan tenido experiencias malas con una tradición religiosa como jóvenes; en otros casos, no tienen ninguna tradición de participación en la religión organizada.  Además, con frecuencia el cristianismo les parece intolerante y irrelevante porque no identifican con los mensajes de exclusión y reprobación de los cristianos conservadores que han dominado las conversaciones públicas en los medios de comunicación por mucho tiempo.

En los últimos años, la situación ha cambiado; los cristianos progresistas hemos empezado a hablar en público de nuestra versión del cristianismo, y algunos comentaristas progresistas han difundido en el ámbito público el mensaje de amor, misericordia, inclusión y paz de nuestro Salvador.  Pero puede ser difícil.  Y sobre todo porque con frecuencia todo el esfuerzo que hacemos para explicar lo que realmente representa Jesús, su vida y su muerte, parece deshacerse cuando algún comentarista conservador reduce el cristianismo a algo sencillo, egoistica y engreído.  Nuestro mensaje de amor y servicio parece ahogado en las proclamaciones públicas de cristianos conservadores que ponen énfasis en juzgar y excluir.

Esta semana hemos visto un ejemplo de como una distorsión del evangelio puede restarle valor a nuestra fe, haciendo que parezca ridícula y desagradable.  En una entrevista con Chuck Todd en el programa Meet the Press, el ex alcalde de Nueva York y partidario de Donald Trump Rudy Giuliani mencionó despectivamente de las infidelidades de Bill Clinton (como si tuviera algo que ver con la candidatura de su esposa, una idea obviamente ridícula).  Cuando Todd le preguntó si realmente era apropiado que Giuliani hablara de eso, dado que había tenido sus propias infidelidades, Giuliani respondió que «todos lo hacen» y añadió porque su caso era diferente: «Soy católico, y confieso esas cosas a mi sacerdote».

Para los medios y mucho en el público, era una proclamación ridícula y hipocritica.   Y para cualquier cristiano serio, es una mala interpretación que contradice el evangelio.  Sería fácil decir que deberíamos ignorar un comentario tan absurdo, pero no podemos.  Porque esta perspectiva sobre el cristianismo es, como otras distorsiones, parte del imagen negativo que tiene muchos en el público sobre el cristianismo.  La distorsión que presentó Giuliani es irrisoria, pero desafortunadamente se acepta con frecuencia como otro aspecto «ilógico» del cristianismo.  «La confesión no tiene significado», dicen muchos, «los cristianos solo lo usan para permitirse pecar y después deshacerse de su responsabilidad, o su culpa, o ambos».  Y por mucho que los cristianos progresistas intentemos explicar que esta interpretación es falsa, que se trata más bien de entrar en una relación con nuestro Salvador que nos permite vivir de una manera diferente y tratar a nuestro prójimo con la misma misericordia, nuestros esfuerzos se ven socavados por comentarios mezquinos y oportunistas como los de Giuliani.

No podemos permitir que el sacrificio de Jesús en la Cruz sea usado por políticos para su ganancia personal.  Más importante aún, no podemos permitir que se aprovechen de lo que nuestro Salvador hizo por y para nosotros para fines contrarios al evangelio.  La muerte de Jesús no representa un acto que simplemente borre el pecado del creyente y le permita juzgar a los demás porque el creyente no debe preocuparse por las transgresiones.  De hecho, los efectos de la confesión son opuestos a la actitud que expresó Giuliani.  Su perspectiva es que la confesión es un acto que realiza el creyente que lo pone en una posición de superioridad.  El evangelio dice que Jesús fue lo que hizo todo por y para nosotros; el perdón es algo que el creyente recibe y que lo humilla.  La perspectiva de Giuliani es que el creyente puede hacer lo que quiera con tal de que confiese; el evangelio dice que la confesión significa aceptar la misericordia de Dios y vivir como «nueva criatura» (2 Corintios 5:17).  Giuliani sugiere que como se le ha perdonado, puede juzgar a los demás; el evangelio dice que, en las palabras del Papa Francisco, «Reconcíliate para reconciliar»

Si queremos que el público vea el cristianismo como algo relevante, importante, verdadero, necesitamos rechazar públicamente los comentarios como el de Giuliani y de otros que usan el evangelio cínicamente.  La perspectiva que promulga Giuliani divide el creyente del no creyente; este muro—como otros de los que han hablado en esta temporada electoral—no es cristiano.  En las palabras de Papa Francisco, la confesión es una «“puerta,” no solamente para volver a entrar después de haberse alejado, sino también como “umbral” abierta hacia las diversas periferias de la humanidad siempre más necesitada de compasión».  Solamente por esta puerta podemos invitar al mundo a escuchar el mensaje de Cristo.

Comentario de Giuliani en Meet the Press: http://www.dailymail.co.uk/news/article-3819589/Rudy-Giuliani-married-THREE-times-just-like-Trump-says-everybody-unfaithful-s-OK-s-Catholic-s-confession.html (las traducciones son mías)

El papa Francisco habla de la confesión: http://ofsdemexico.blogspot.com/2016/08/francisco-en-la-confesion-resplandece.html

Foto: Por Jebulon (Obra propia) [CC0], vía Wikimedia Commons

Jóvenes en la iglesia: ¿Y ahora qué?

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domingo, 23 de septiembre, 2016

En reuniones de pastores y miembros de iglesias, en los medios de comunicación religiosos y seculares, en Internet y en conversaciones entre cristianos, se plantea la pregunta: ¿Cómo atraemos a los jóvenes a la iglesia hoy en día?  Es una pregunta importante con implicaciones para el futuro del cristianismo en los EEUU y otros países; ha habido un declive en la asistencia de los jóvenes a las iglesias y cada vez más congregaciones no tienen suficientes para formar clases dominicales o grupos de adolescentes.  Y no sólo se trata de jóvenes que han dejado la iglesia sino también de muchos que han crecido sin ninguna experiencia religiosa, por no mencionar asistencia regular a una iglesia.  Es importante preguntar cómo hacer que el cristianismo y la adoración en comunidad parezcan relevantes, cómo animar a un grupo ocupado y preocupado a sacrificar una hora o dos de trabajo o sueño o entretenimiento para ir a una iglesia.

Muchas iglesias tienen planes que parecen interesantes.  Hay iglesias que tienen bandas de rock; que dan a conocer su código de vestido casual; que publicitan sus series de sermones o lecturas sobre temas como el sexo, los medios, o la tecnología.  Me imagino que varias iglesias logran algo de éxito con estas estrategias.  Pero me pregunto: si estos métodos funcionan y unos (o muchos) jóvenes empiezan a asistir a nuestras iglesias, ¿ahora qué?  ¿Qué van a esperar y necesitar?  ¿Qué significa en términos de cambios o retos para las congregaciones?  ¿Estamos listos y a la altura de los desafíos?

Mi congregación ha tenido que enfrentar estas preguntas—aunque a pequeña escala—y nuestras experiencias ilustran las dificultades y las recompensas de nuestra necesidad de adaptarnos.  Aunque nuestra iglesia es bastante pequeña y pertenece a una denominación tradicional, tenemos una congregación racialmente diversa—pero, como muchas otras, la mayoría de los miembros son ancianos.  Tenemos algunos funerales cada año, pero pocos bautizos.  Mis hijos han crecido en la iglesia y les caen muy bien los otros adolescentes—de hecho, tienen buenos amigos entre el grupo de jóvenes.  Pero hay pocos; algunos domingos, mis hijos y uno o dos otros son los únicos en el servicio.

A veces, sin embargo, jóvenes del vecindario nos visita, o algunos jóvenes llevan a sus amigos consigo.  Todos están muy contentos de darles la bienvenida, por supuesto; pero ¿ahora qué?  Uno de nuestros desafíos tenía que ver con su conocimiento de los principios del cristianismo y el contenido general de la biblia y las enseñanzas de Jesucristo.  Como joven, yo asistía a la iglesia cada domingo con mis padres, y pasaba muchas horas en la escuela dominical; aunque me gustaría tener más conocimiento de la biblia, aprendía las historias principales además de los detalles de la vida y ministerio de Jesús.  Pero los jóvenes que nos visitaban generalmente no tenían semejante experiencia.  Con frecuencia, sus padres nunca los han llevado a la iglesia, y ahora están asistiendo con sus amigos o abuelos—o, en algunos casos, han decidido ir solos a averiguar de qué se trata este edificio con la cruz encima—sin ninguna base de conocimiento sobre la religión o el cristianismo.

En estos casos, una iglesia como la nuestra necesita adaptarse a las necesidades de este grupo, una tarea que requiere paciencia y creatividad.  La mayoría de los programas de estudios para escuelas dominicales, por ejemplo, presumen una familiaridad básica con la biblia y los principios del cristianismo.  Tal vez necesitamos explicar cosas que normalmente damos por hecho y cambiar nuestros planes para lecciones.

Además, nuestra congregación ha necesitado estar lista para aceptar a los jóvenes como son, aunque a veces esto signifique que algunos se sienten incómodos.  Su manera de vestirse, por ejemplo, es casual; tal vez tienen tatuajes o llevan sus audífonos mientras buscan sus asientos.  Si son miembros de la comunidad LBGTQ, es probable que no escondan (ni quieran esconder) su orientación sexual.  Los que son heterosexuales tienen amigos LBGTQ y los quieren; no tienen ninguna intención de juzgarlos o cuestionar su amistad con ellos.  Los miembros de nuestra congregación más ancianos son generalmente tolerantes y abiertas, pero crecieron en una época en la que no se aceptaban estas diferencias.  No están acostumbrados a que la gente se exprese abiertamente; han tenido que aprender sobre las realidades de un mundo nuevo.

Algunos de estos jóvenes han asistido a la iglesia muchas veces, algunos otros han visitado una vez y no han regresado.  Pero todos nos han ayudado a entender que si queremos que nuestra iglesia—y las iglesias cristianas tradicionales—sobrevivan en un mundo de distracciones y preocupaciones, necesitamos estar listos a esforzarnos y adaptarnos.  Pueden cambiar la imagen que tienen de las iglesias al ofrecerles música popular o series de lecturas provocadoras, pero si no aceptamos los cambios que resultarían de realmente incluirlos en nuestra comunidad, los que van a la iglesia no van a tener razones para quedarse.

Foto: Unsplash.com/Caroline Veronez

Un cuento de dos escuelas

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domingo, 11 de septiembre, 2016

Hay dos escuelas primarias en el distrito escolar de nuestra ciudad grande y diversa que están separadas por una distancia de menos de una milla. Las dos son públicas y tienen poblaciones estudiantiles diversas pero diferentes.  En una de ellas la mitad de los estudiantes son blancos y solo una cuarta parte de ellos reciben la clasificación «con desventajas socioeconómicas».  En la otra sólo quince por ciento de los estudiantes son blancos y más de tres cuartas partes de ellos son de bajos recursos.  Menos de diez por ciento de los estudiantes en la primera escuela se clasifican como aprendices de inglés, comparado con casi cuarenta por ciento en la segunda.

Sé mucho sobre las dos escuelas; mis hijos asistieron a la escuela más diversa y yo todavía trabajo como voluntaria una vez por semana con una de las maestras, mientras que varios amigos de mis hijos asistieron a la escuela más privilegiada.  No es que escogiéramos necesariamente una escuela en vez de la otra; por lo menos en nuestro caso, solicitamos ingreso en las dos (además de otras), y nos aceptaron sólo en la menos privilegiada.  (En nuestro distrito, como en muchos en el EEUU, tenemos la oportunidad de solicitar ingreso a escuelas que no son en el vecindario del estudiante, aunque los del vecindario normalmente reciben prioridad.)  Y aunque las puntuaciones de los estudiantes en nuestra escuela sólo eran un poco más bajas que en la otra, yo descubría por medio de conversaciones con los padres de estudiantes en la otra escuela que algunas de sus experiencias e historias sobre su escuela sugerían un ámbito bastante diferente del nuestro.  Estas diferencias, en mi opinión, ilustran mucho sobre la desigualdad en las escuelas públicas en muchas ciudades en los EEUU.

Como casi todas las escuelas públicas en los EEUU hoy en día, los fondos públicos sólo cubren servicios básicos.  Dado que distritos han cortado sus presupuestos en las últimas décadas, varios servicios y programas se han eliminado: deportes, clases de música y arte, excursiones escolares.  Para muchos padres y maestros, estos programas son fundamentales, aunque no se vean así por políticos, y entonces en muchas escuelas los padres y estudiantes recaudan fondos para que sus escuelas los ofrezcan.  Se ha escrito mucho sobre esta tendencia y como es un fenómeno que agrava la desigualdad entre escuelas con familias privilegiadas y los con estudiantes más pobres.

Los casos de nuestra escuela y la otra ilustran el problema.  Ambas tienen eventos para recaudar fondos, pero los contrastes son notables.  Cada año, la otra escuela tiene una fiesta grande para Halloween, planeado por meses por un comité de padres y con docenas de comerciantes del vecindario que patrocinan el evento y venden productos y comida.  Como varios padres de esa escuela tienen conexiones con empresas en la ciudad o son dueños de ellas, pueden usar sus contactos.  También, varios padres no trabajan o tienen puestos flexibles y pueden dedicar mucho tiempo a planear el evento.  En la primavera, esa escuela tiene un evento más formal para recaudar fondos; un año, me acuerdo, los boletos costaban 50 o 60 dólares.

Nosotros también tenemos eventos en nuestra escuela, por supuesto, pero los padres que los planean no pueden dedicar tanto tiempo.  Tampoco podemos contar con el mismo nivel de participación de comerciantes; a veces dos o tres restaurantes venden comida, por ejemplo, pero más a menudo los padres llevan postres o venden pizza y perritos calientes.  Por los recursos de los padres, el costo de entrar es muy bajo.  Por supuesto, recaudamos mucho menos que la otra escuela para programas que no se financian por el distrito.

Es interesante comparar, también, la manera en que algunas políticas en las dos escuelas  contribuían a las diferencias en las poblaciones estudiantiles.   En teoría, un padre hispanohablante tiene la misma oportunidad de solicitar ingreso para sus hijos en la otra escuela que en la nuestra pero, como noté, hay mucho menos estudiantes que son aprendices de inglés en nuestra escuela.  Esto se debe en parte a las diferencias de las poblaciones de los vecindarios de la escuela, pero ¿por qué una diferencia tan grande si hay estudiantes de otros vecindarios en las dos escuelas?  Hay una respuesta sencilla: en nuestra escuela todas las comunicaciones y la mayoría de las reuniones se llevaban a cabo en inglés y en español, mientras que en la otra no es así.  Es obvio que los padres hispanohablantes se sienten más cómodos e incluidos en nuestra escuela.

Siempre pensaba que el hecho de que se aceptaran a mis hijos en la escuela más diversa era una bendición enorme.  Mis hijos tenían una experiencia increíble y conocían a estudiantes diversos, de los cuales muchos siguen siendo sus amigos cercanos años después.  Pero la lección de las diferencias en las dos escuelas me enseñaba que la desigualdad entre escuelas públicas es un problema importante.  Hasta que decidamos financiar adecuadamente todas las escuelas públicas y hacer que todos ofrezcan servicios para todos, estas dos escuelas separadas por menos de una milla de distancia van a ser mundos separados.

Foto: freeimages.com/Rob Gonyea

Progresistas, apuntemos alto

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miércoles, 7 de septiembre, 2016

En su discurso apasionado en la Convención Nacional Demócrata en julio, la primera dama de los EEUU Michelle Obama inspiró al público con su homenaje optimista al país y su defensa de la candidata demócrata Hillary Clinton.  Sus palabras positivas contrastaron fuertemente con la retórica fea de los republicanos, y ella notó la importancia de esta diferencia: «El lenguaje de odio que escuchan en la televisión no representa el verdadero espíritu de este país. . . .  Nuestro lema es: cuando caen bajo, nosotros apuntamos alto».

En la mayor parte, su observación describe el tono de las dos campañas.  Los insultos, amenazas, y proclamaciones racistas y sexistas de la campaña de Trump contrastan notablemente con el discurso de Clinton y sus seguidores.  Pero recientemente he notado en algunos comentarios supuestamente progresistas un tono inquietante.  ¿Será que estamos empezando a caer bajo, que estamos poniéndonos en algunos casos en el nivel de los que usan tácticas de odio?

Recientemente, por ejemplo, en un homenaje humorístico al actor Rob Lowe («roast», en inglés) transmitido por el canal Comedy Central, muchos cómicos bromeaban sobre la comentarista ultraconservadora Ann Coulter, uno de los invitados al evento.  Normalmente, por supuesto, hay bromas sobre los invitados, incluso los que se podrían considerar de mal gusto.  Pero los sobre Coulter se pasaron de rosca.  Un cómico sugirió que no le era demasiado tarde para cambiar; ella podría suicidarse.  Varios participantes se burlaban de su cara y su cuerpo.

Estas «bromas» no son los únicos que me han preocupado.  Incluso antes de la candidatura de Trump, comentaristas se burlaban de los gestos supuestamente femeninos de Marcus Bachmann, esposo de la antigua congresista Michelle Bachmann, una de los «suplentes» de Trump que hablan por él regularmente en los medios.  Muchos han descrito los seguidores de Trump como residentes de vecindarios de casas rodantes, como si eso comprobara que no son inteligentes.

No estoy diciendo que no debiéramos criticar—incluso muy directamente—las posiciones de estas personas y la manera en que influyen la política.  Es totalmente apropiado censurar la plataforma del partido Republicano por promover «la terapia de conversión» para personas gay, y es relevante que Marcus Bachmann es psicólogo que la ha defendido y cuya clínica intenta cambiar la orientación de personas LBGTQ.  Es válido—e importante—criticar la homofobia de Michelle Bachmann, censurar el racismo de Ann Coulter y su discurso de odio, y condenar la violencia y las amenazas de los que asisten a manifestaciones por Trump.  Pero ¿burlarse de la apariencia de un comentarista, reír porque el esposo de una política parece afeminado, ridiculizar a alguien porque sus viviendas son muy humildes?  ¿No son estos tipos de comentarios los que nos ofenden como personas que buscan justicia y tolerancia?

Es muy tentador decir, ¡pero personas así han dicen cosas tan malvadas!  ¡Necesitamos combatir fuego con fuego!  Y hay algo en el espíritu humano—llámalo un deseo por justicia o simplemente venganza—que sugiere que esto es lo que merecen.  Pero esto no es apuntar alto.  No avanza el discurso; sólo contribuye al cinismo que, como progresistas, deberíamos resistir.  Y como muchos han dicho, va a haber un después de esta elección, y nos van a quedar los efectos de la manera en que nos hemos comportando.  Necesitamos hacer caso a la señora Obama.  Necesitamos preguntarnos quiénes somos y quiénes queremos ser.  Tenemos que apuntar alto.

Foto: Por Ali Shaker/VOA [Dominio Público], vía Wikimedia Commons [Michelle Obama en la Convención Nacional Demócrata 2016]

Discurso de Michelle Obama en la Convención Nacional Demócrata: http://www.univision.com/noticias/convencion-democrata/el-apasionado-discurso-de-michelle-obama-magnifica-a-la-primera-dama-y-reconcilia-a-los-democratas (traducciones del artículo)

http://www.usatoday.com/story/life/tv/2016/08/28/rob-lowe-roast-ann-coulter/89505556/

Pérdida y claridad

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viernes, 2 de septiembre, 2016

Hace más de treinta años, se le despidió en mi secundaria a un entrenador de uno de los equipos deportivos, un hombre que también trabajaba como profesor y que, como otros maestros, complementaba sus sueldos modestos trabajando en el programa atlético.  Unos padres se habían quejado de él, y aunque los otros entrenadores en la escuela lo apoyaron públicamente, el distrito decidió escuchar a los padres poderosos y adinerados de nuestra ciudad en vez de a sus colegas.  Después de su despido, otros entrenadores renunciaron en solidaridad con él, convencidos de que le habían tratado injustamente.

He pensado mucho en estos entrenadores recientemente, pues me he encontrado en una posición similar y totalmente inesperada.  Trabajé por diez años como voluntaria en la misma agencia benéfica, y he desarrollado muchas amistades con los otros voluntarios, el personal, y sobre todo con muchos clientes.  Siempre me ha dado gusto recordar los nombres de clientes después de verlos regularmente y aprender detalles de sus vidas para poder conversar con ellos personalmente.  ¿Cómo te fue en la entrevista de trabajo?  ¿Tu mamá todavía sigue en el hospital?  Siempre pensaba que trabajaría allí hasta que ya no pudiera por razones de salud; la experiencia era una parte central de mi vida.

Pero después de que la administración de la agencia tomó una decisión que no pude apoyar y despidió a uno de mis colegas, no pude más.  Intenté protestar—escribí una carta defendiendo a mi colega y indicando que era indispensable para nuestra organización—pero la decisión ya se había tomado.  Y como los entrenadores en mi secundaria, sentí la necesidad de ponerme en solidaridad con él y renunciar.  Ha sido una de las decisiones más difíciles y más claras de mi vida.  Lo supe inmediatamente; tuve que hacerlo.  La mayoría de los voluntarios no están de acuerdo con el despido de nuestro colega, y otros pocos han decidido renunciar también.  Otros quieren continuar, a pesar de su oposición.  Respecto las decisiones de cada uno; pero en mi caso, sé que necesité renunciar.

Ahora entiendo como esos entrenadores de mi pasado se deben haber sentido.  Y puedo imaginar las dudas que tenían.  Como yo, deben haber tenido preocupaciones que no significaban que quisieran hacer algo diferente sino que surgieron de una tristeza enorme, un sentido de pérdida y dolor.  Primariamente, hay el asunto de mis clientes.  Los amo; los quiero servir.  Y de hecho, otros voluntarios me han dicho que es por ellos que van a quedarse.  Me imagino que los entrenadores tampoco querían abandonar a los estudiantes en sus equipos.  Pero probablemente ellos, como yo, no podían continuar en un entorno triste y pesado; probablemente sentía, como yo, que ya no podrían dar lo mejor en ese ámbito.

Y si me quedara, haría mi trabajo, pero no sería lo mismo—y no sólo por la ausencia de un colega que admiraba y que me apoyaba.  Lo haría con una falta de confianza en los que tienen el poder de toman las decisiones que nos afectan; me sentiría cínica.  Me necesitaría decir, sí, no es justo, pero así es el mundo; los que tienen poder controlan a los demás y no hay nada que hacer.  Muchos dirían que esto es la verdad, pero mi servicio siempre ha sido una protesta en contra de la aceptación de esta idea.  Si yo no creyera en el poder de ponerme al lado de los indefensos, no habría escogido este trabajo—o, mejor dicho, no habría respondido cuando el Señor me llamó a hacerlo.  Si no rechazara el cinismo, no podría servir como cristiana.

Sé que Dios me va a llamar a otro puesto, y voy a estar esperando a que me guie.  Los diez años de servir en ese lugar me han cambiado, pero ahora me toca entender que es la hora de cambiar otra vez.  Estoy nerviosa y tengo dudas.  ¿Adónde me va a mandar? ¿Cómo voy a poder aprender nuevas políticas y desarrollar relaciones con nuevas personas?  No tengo las respuestas; pero el Señor sí.

Foto: Zachary Staines vía Unsplash

Colin Kaepernick y la paradoja del patriotismo en los Estados Unidos

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martes, 30 de agosto, 2016

Cuando el  jugador afroamericano de fútbol americano Colin Kaepernick decidió que ya no iba a pararse durante el himno nacional de los EEUU, no sólo ejerció su derecho a la libertad de expresión garantizada por la Constitución del país, sino también se unió al grupo de atletas de color estadounidenses que a lo largo de la historia se han manifestado en contra del racismo y la opresión.  De hecho, el comentario de Kaepernick que «no me voy a poner de pie para mostrar orgullo de una bandera de un país que oprime a los negros y a las personas de color» es muy similar a una declaración del beisbolista pionero Jackie Robinson en su autobiografía de 1972.  Pero, como en los casos de estos atletas, Kaepernick ha reactivado una polémica sobre estos acciones.  Las reacciones han sido tristemente predecibles: tiene una vida privilegiada y así no tiene derecho de criticar el país en el que ha triunfado; está comportándose de una manera mimada y malagradecida; no tiene respecto para su país; no es patriótico.

Muchos comentaristas han respondido a estas críticas, señalando que la bandera representa la libertad de hacer exactamente lo que Kaepernick ha hecho, es decir, expresar opiniones con las que algunos—quizás muchos—no estarían de acuerdo.  Se ha notado también las contradicciones inherentes a las críticas.  ¿Por qué una persona privilegiada «no debería» defender a los que están oprimidos?  Si uno está en una posición pública, ¿no es honorable usar este privilegio (y correr el riesgo de recibir quejas) para levantar la voz por los que no se escuchan?  ¿No se dice con frecuencia que el disentimiento es patriótico?

Estoy de acuerdo con todos estos puntos, y los quiero llevar un paso más adelante: asevero que sin acciones como la de Kaepernick, no hay patriotismo verdadero.  Para entender esta perspectiva, considera el caso Junta de Educación de West Virginia contra Barnette que se argumentó ante el Tribunal Supremo de los EEUU en 1943.  La junta había adoptado una resolución que les obligaba a todos los estudiantes y maestros del distrito a rendir homenaje a la bandera del país y recitar el juramento de lealtad.  Los demandantes, una familia de estudiantes que eran Testigos de Jehová, habían desafiado esta obligación.  El Tribunal decidió por los demandantes en una decisión poco conocido pero muy importante, notando que la Constitución protege esta libertad de expresión.

Una declaración de la opinión del juez Robert H. Jackson me parece particularmente relevante: «Creer que el patriotismo no florecerá si las ceremonias patrióticas son voluntarias y espontáneas, no una rutina obligatoria, es tener una opinión muy poco favorable del atractivo de nuestras instituciones para una mente libre».  De hecho, declaró Jackson, si queremos la individualismo y la libertad de expresar opiniones diversas, «hay que pagar el precio de tolerar» la expresión de perspectivas poco populares y polémicas.  Cuando se trata de comentarios «inofensivos . . . ese precio no es demasiado alto».  Por consiguiente, «la prueba [del individualismo y de la libertad] es el derecho a disentir en asuntos que inciden en el corazón mismo del orden existente.»

Es una paradoja: para probar la libertad que está al centro del patriotismo, hay que aceptar la expresión de posiciones que algunos consideran «antipatriotas».  Sin estas expresiones, el patriotismo es vacio; no había estado probado.  Kaepernick tiene razón, en mi opinión, en manifestarse en contra del racismo del país, y necesitamos escuchar sus comentarios para recordarnos que nos queda mucho que hacer para luchar contra el racismo.  Pero necesitamos su perspectiva también para entender y fortalecer los derechos fundamentales del país.  Y así su contribución, como las de sus predecesores, ejemplifica el patriotismo verdadero.

Foto: Por fotgrafo Jason Wilson, hive/flickr.com (http://flickr.com/photos/hive/354934043/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1555653) («El disentimiento desarrolla la democracia»)

http://latino.foxnews.com/latino/espanol/2016/08/27/kaepernick-no-atiende-el-himno-nacional-como-protesta-por-el-trato-las-minorias/ (traducciones son del artículo)

http://www.telesurtv.net/english/news/Making-a-Stand-by-Sitting-Down-Black-Athletes-and-the-Flag-20160830-0011.html

http://iipdigital.usembassy.gov/st/spanish/publication/2009/06/20090611131625emanym0.5359308.html#ixzz4IrCN1TuP (traducciones son del artículo)

Las escuelas de «ellos»

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viernes, 26 de agosto, 2016

En un discurso reciente en Michigan, Donald Trump dirigió algunas preguntas a los votantes afroamericanos. (Por lo menos explícitamente apeló a este grupo; dado que su audiencia era predominantemente blanca—como la gran mayoría de sus seguidores—algunos comentaristas han sugerido que realmente se dirigió a los blancos.)  «¿Qué tienen que perder por intentar algo nuevo, (algo) como Trump?» dijo.  «Están viviendo en la pobreza.  Sus escuelas no son buenas.  No tienen trabajo. . . ¿Qué demonios tienen que perder?»

Muchos han comentado sobre la ignorancia, condescendencia, y racismo de este comentario—basado en mentiras y distorsiones—y no pretendo repetir sus argumentos acertados.  Pero como la madre de dos hijos que asisten a escuelas públicas y diversas, me llamó la atención la descripción de «sus escuelas».  Por un lado, esta frase revela una perspectiva que desafortunadamente es bastante común entre la gente blanca en los EEUU, incluso gente que se considera progresista.  Al mismo tiempo, la frase se basa en una actitud muy problemática sobre la segregación en las escuelas públicas de los EEUU.

Es muy tentador descartar muchos de los comentarios de Trump—qué extremo, qué racista—pero en algunos casos, su retórica vulgar y fea representa la actitudes de muchos blancos en los EEUU, aunque no reconozcan sus ideas en las palabras explicitas del candidato.  La descripción de «sus escuelas»—las escuelas de los afroamericanos—no le parece tan poco común a la gente que, como yo, ha tenido conversaciones con gente blanca sobre las escuelas públicas.  Aunque no se lo diga abiertamente, muchos blancos, incluyendo los que se consideran tolerantes y abiertos, presumen que una escuela con muchos estudiantes afroamericanos es una escuela mala.  Esto sin realmente tener una idea sobre la calidad de la escuela; la presencia de muchas personas de razas minoritarias les hace concluir que la escuela no puede ser buena.

No diría algo tan pesimista si no hubiera experimentado estas actitudes de primera mano.  En las escuelas secundarias de mis hijos—nuestras escuelas del barrio—los estudiantes blancos representan menos de la tercera parte del alumnado.  Cuando estábamos al punto de matricularlos en las escuelas, recibimos muchas preguntas de otros padres.  «¿Estás segura que es una buena escuela?» me han preguntado con frecuencia, incluyendo ahora después de algunos años de asistencia.  Podrían haber buscado información sobre las escuelas por su propia cuenta, pero por lo visto la presencia de estudiantes de color (en nuestro caso, afroamericanos, latinos, y asiáticos) les hacían presumir que las escuelas eran malas.  Muchos padres blancos de nuestro vecindario y de la escuela primaria de mis hijos decidieron optar por otras escuelas supuestamente mejores o más apropiadas para sus hijos, aunque en muchos casos tienen peores resultados.  Normalmente no mencionan el asunto de estudiantes minoritarios sino hablan de otros factores como un programa especial, pero sospecho que tiene que ver con la diversidad étnica de nuestras secundarias.  Me parece raro; la escuela preparatoria en particular tiene resultados muy buenos y cada año muchos estudiantes son aceptados por universidades prestigiosas.  Pero la reacción parece tener poco que ver con estos factores.

Mi experiencia no es única.  Bloguera Abby Norman recibía las mismas reacciones de vecinos y amigos blancos que no quieren que sus hijos asistan a la escuela del barrio en la que la hija de Norman es una de dos estudiantes blancos.  Como Norman observa, esta gente busca experiencias con la diversidad para sus hijos, pero no quieren una escuela afroamericana.  «Todavía quieren una escuela blanca», nota, «pero una en la que otros niños no blancos también participan.»  Ella, como yo, sabe que muchos de los que hablan de estas escuelas «inaceptables» nunca las han visitado.  Hemos descubierto que desafortunadamente mucha gente comparte la opinión equivocada y despectiva de Trump que las escuelas con estudiantes de color son malas.

Pero hay algo más en esta frase «sus escuelas».  No «nuestras escuelas que sirven a los estudiantes afroamericanos» ni «las escuelas públicas a las que sus hijos asisten».  En el discurso de Trump—desde la perspectiva de Trump—es normal que haya escuelas que pertenecen a los afroamericanos y otras para los blancos.  Por supuesto, la segregación en las escuelas públicas es una realidad triste, pero esta manera de hablar la acepta como algo natural.  Desde esta perspectiva, no es algo que deberíamos cambiar ni un resultado de racismo.  Y, significativamente, él propone que se necesita el apoyo de una persona blanca para mejorar «sus escuelas».

Como mucho en la campaña de Trump, sus comentarios sobre las escuelas afroamericanas revelan actitudes racistas que son más comunes de lo que nos gustaría creer.  Mientras la gente blanca en los EEUU acepte la segregación como algo inevitable y piense en escuelas con muchos estudiantes de color como las escuelas de ellos—en vez de nuestras escuelas que debemos apoyar—la segregación seguirá y todos perdemos.

Foto: freeimages.com/matteo canessa

http://www.diariolasamericas.com/eeuu/trump-votantes-afroamericanos-que-demonios-tienen-que-perder-n4100991

Artículo de Abby Norman: http://www.huffingtonpost.com/abby-norman2/why-white-parents-wont-ch_b_8294908.html (las traducciones son mías)

¿Cómo pueden regresar?

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lunes, 22 de agosto, 2016

Los clientes de nuestra agencia benéfica que son inmigrantes pueden clasificarse en tres grupos: los que tienen documentos que amparan su estancia en el país, los sin documentos, y los que están pidiendo asilo.  Las circunstancias de los de este tercer grupo son únicas y a veces irónicas: aunque no tienen estatus de residentes legales, no se pueden deportar; aunque algunos en el público los considerarían «indocumentados», normalmente tienen muchos documentos, archivos llenos de los detalles de sus casos, papeles de abogados y del Departamento de Seguro Nacional.  Es un grupo más pequeño de los tres, obviamente, y no se habla de ellos con mucha frecuencia en los debates generales sobre la inmigración en los Estados Unidos.  Pero sus casos, en muchos sentidos, ilustran las contradicciones y problemas con no solo el debate sobre la inmigración en los EEUU sino también con nuestras políticas.

Considera, por ejemplo, un mexicano que visita nuestra agencia regularmente para obtener ropa y comida.  Aunque no me ha explicado las circunstancias de su caso, sospecho que está pidiendo asilo  por la persecución que experimentaban por su orientación sexual.  Otro cliente es centroamericano, y nos conto brevemente que no puede regresar por la violencia de las pandillas, quien ya habían matado a varios amigos y familiares.  Los dos, como otros en su situación, viven en un estado de limbo, esperando las decisiones en sus casos.  Aunque no necesitan esconderse de las autoridades, tienen miedo y ansiedad, y enfrentan futuros inciertos.

Sus casos reflejan la realidad de las situaciones de muchos de los en los EEUU que piden asilo porque no pueden regresar a sus países por violencia, amenazas, persecución, y maltrato.  Nuestro cliente gay no está solo al temer persecución por su orientación sexual; el Grupo Operativo de Apoyo para Solicitantes de Asilo LGBT (LGBT Asylum Support Task Force) nota que en muchos países, las personas LBGTQ corren peligro diariamente de violencia o muerte.  Inmigrantes de países centroamericanos con cifras escandalosamente altas de crimen y violencia como Honduras, El Salvador y Guatemala se arriesgan las vidas para salir.  Como dice un reporte del Consejo de Inmigración de los Estados Unidos (American Immigration Council), «a pesar de lo que el futuro depare . . . es preferible que vivir una vida llena de crimen y violencia».  Hay muchas razones para pedir asilo—violencia domestica y otras formas de violencia en contra de mujeres y niños, mutilación genital femenina, y persecución religiosa, por mencionar algunas.

Estos inmigrantes por lo menos tienen la oportunidad de pedir asilo, pero ¿son sus casos tan diferentes de los de muchos otros que no califican para asilo?  Muchos de los inmigrantes indocumentados que están en los EEUU enfrentarían violencia y persecución, pobreza extrema y inseguridad, si regresaran a sus países.  ¿Cómo puede regresar una mujer a un país en el que se tolera la violencia domestica o en el que una mujer acusada de adulterio puede ser ejecutada?  ¿Cómo puede regresar un padre a un país en el que las únicas oportunidades laborales para sus hijos son trabajar como narcotraficantes o prostitutas, con frecuencia en contra de su voluntad?  ¿Cómo puede regresar un adolescente que vino a los EEUU a la edad de dos o tres años de su país natal, a pesar de no hablar el idioma y tener hermanos menores que son ciudadanos estadounidenses?

La mayoría de la gente en los EEUU ni siquiera piensa en estas posibilidades.  Si es que tiene algún conocimiento del asilo, es probable que presuma que el asunto es sencillo: si una persona califica para asilo, puede pedirlo; si no, deben regresar a sus países de origen.  Pero las categorías que permiten que inmigrantes pidan asilo son limitadas y arbitrarias, y hay muchos cuyos casos no encajan en ellas.  Necesitamos preguntarnos, ¿cómo pueden regresar?  ¿Cómo podemos forzarlos a hacerlo?

Foto: Por Adam.J.W.C. (Obra propia) [CC BY-SA 2.5 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5)%5D, vía Wikimedia Commons

http://www.lgbtasylum.org/

https://www.americanimmigrationcouncil.org/research/understanding-central-american-refugee-crisis (las traducciones son mías)