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domingo, 23 de septiembre, 2016

En reuniones de pastores y miembros de iglesias, en los medios de comunicación religiosos y seculares, en Internet y en conversaciones entre cristianos, se plantea la pregunta: ¿Cómo atraemos a los jóvenes a la iglesia hoy en día?  Es una pregunta importante con implicaciones para el futuro del cristianismo en los EEUU y otros países; ha habido un declive en la asistencia de los jóvenes a las iglesias y cada vez más congregaciones no tienen suficientes para formar clases dominicales o grupos de adolescentes.  Y no sólo se trata de jóvenes que han dejado la iglesia sino también de muchos que han crecido sin ninguna experiencia religiosa, por no mencionar asistencia regular a una iglesia.  Es importante preguntar cómo hacer que el cristianismo y la adoración en comunidad parezcan relevantes, cómo animar a un grupo ocupado y preocupado a sacrificar una hora o dos de trabajo o sueño o entretenimiento para ir a una iglesia.

Muchas iglesias tienen planes que parecen interesantes.  Hay iglesias que tienen bandas de rock; que dan a conocer su código de vestido casual; que publicitan sus series de sermones o lecturas sobre temas como el sexo, los medios, o la tecnología.  Me imagino que varias iglesias logran algo de éxito con estas estrategias.  Pero me pregunto: si estos métodos funcionan y unos (o muchos) jóvenes empiezan a asistir a nuestras iglesias, ¿ahora qué?  ¿Qué van a esperar y necesitar?  ¿Qué significa en términos de cambios o retos para las congregaciones?  ¿Estamos listos y a la altura de los desafíos?

Mi congregación ha tenido que enfrentar estas preguntas—aunque a pequeña escala—y nuestras experiencias ilustran las dificultades y las recompensas de nuestra necesidad de adaptarnos.  Aunque nuestra iglesia es bastante pequeña y pertenece a una denominación tradicional, tenemos una congregación racialmente diversa—pero, como muchas otras, la mayoría de los miembros son ancianos.  Tenemos algunos funerales cada año, pero pocos bautizos.  Mis hijos han crecido en la iglesia y les caen muy bien los otros adolescentes—de hecho, tienen buenos amigos entre el grupo de jóvenes.  Pero hay pocos; algunos domingos, mis hijos y uno o dos otros son los únicos en el servicio.

A veces, sin embargo, jóvenes del vecindario nos visita, o algunos jóvenes llevan a sus amigos consigo.  Todos están muy contentos de darles la bienvenida, por supuesto; pero ¿ahora qué?  Uno de nuestros desafíos tenía que ver con su conocimiento de los principios del cristianismo y el contenido general de la biblia y las enseñanzas de Jesucristo.  Como joven, yo asistía a la iglesia cada domingo con mis padres, y pasaba muchas horas en la escuela dominical; aunque me gustaría tener más conocimiento de la biblia, aprendía las historias principales además de los detalles de la vida y ministerio de Jesús.  Pero los jóvenes que nos visitaban generalmente no tenían semejante experiencia.  Con frecuencia, sus padres nunca los han llevado a la iglesia, y ahora están asistiendo con sus amigos o abuelos—o, en algunos casos, han decidido ir solos a averiguar de qué se trata este edificio con la cruz encima—sin ninguna base de conocimiento sobre la religión o el cristianismo.

En estos casos, una iglesia como la nuestra necesita adaptarse a las necesidades de este grupo, una tarea que requiere paciencia y creatividad.  La mayoría de los programas de estudios para escuelas dominicales, por ejemplo, presumen una familiaridad básica con la biblia y los principios del cristianismo.  Tal vez necesitamos explicar cosas que normalmente damos por hecho y cambiar nuestros planes para lecciones.

Además, nuestra congregación ha necesitado estar lista para aceptar a los jóvenes como son, aunque a veces esto signifique que algunos se sienten incómodos.  Su manera de vestirse, por ejemplo, es casual; tal vez tienen tatuajes o llevan sus audífonos mientras buscan sus asientos.  Si son miembros de la comunidad LBGTQ, es probable que no escondan (ni quieran esconder) su orientación sexual.  Los que son heterosexuales tienen amigos LBGTQ y los quieren; no tienen ninguna intención de juzgarlos o cuestionar su amistad con ellos.  Los miembros de nuestra congregación más ancianos son generalmente tolerantes y abiertas, pero crecieron en una época en la que no se aceptaban estas diferencias.  No están acostumbrados a que la gente se exprese abiertamente; han tenido que aprender sobre las realidades de un mundo nuevo.

Algunos de estos jóvenes han asistido a la iglesia muchas veces, algunos otros han visitado una vez y no han regresado.  Pero todos nos han ayudado a entender que si queremos que nuestra iglesia—y las iglesias cristianas tradicionales—sobrevivan en un mundo de distracciones y preocupaciones, necesitamos estar listos a esforzarnos y adaptarnos.  Pueden cambiar la imagen que tienen de las iglesias al ofrecerles música popular o series de lecturas provocadoras, pero si no aceptamos los cambios que resultarían de realmente incluirlos en nuestra comunidad, los que van a la iglesia no van a tener razones para quedarse.

Foto: Unsplash.com/Caroline Veronez

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