La última parada: Agencias benéficas y la desintegración de las redes de protección social

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domingo, 14 de agosto, 2016

Hace algunos meses, una mujer empezó a asistir a mi iglesia.  Era obvio que tenía muchos problemas—su apariencia y comportamiento mostraban que sufría de discapacidades físicas y mentales, y parecía indigente—pero le dimos la bienvenida sinceramente.  Somos una congregación diversa y aunque la mayoría de los congregantes pertenece a la clase media, la iglesia está ubicada en el medio de un barrio urbano en el centro de una ciudad grande.  Estamos acostumbrados a tener visitantes que tal vez serían rechazados por otros grupos: personas sin hogar, gente con enfermedades mentales, personas recién salidas de la cárcel.  Es más, queremos ayudar a la gente con necesidades alrededor de nosotros, como manda nuestro Salvador.

Sin embargo, las necesidades de esta mujer eran amplias y complicadas: necesitaba comida para ella y su nieta, que vivía con ella; estaba atrasada en la renta de su casa; no tenía como llevar a su nieta a la escuela.   Muchos miembros la ayudaban, comprándole comida y prestándole dinero, y usábamos algunos fondos de la congregación para su renta y transporte.  Pero después de un rato, la mayoría llegó a su límite.  Los fondos estaban limitados, y los congregantes no podían continuar dándole dinero semana tras semana.  Nadie negaba que realmente necesitara ayuda, y no la culpábamos por pedírnosla; estaba tratando de sobrevivir.  Pero era una situación difícil.  Como muchos saben que algunos de nosotros trabajamos para unas agencias benéficas, nos pidieron ayuda.  ¿Podría ella visitar a nuestras agencias para pedir ayuda?

Nosotros que trabajamos para agencias de caridad enfrentamos situaciones así con frecuencia.  Hay personas que no están recibiendo suficiente ayuda de fuentes tradicionales—el gobierno, las iglesias, las escuelas públicas—dado que hay cada vez más necesidad en ciudades grandes y cada vez menos recursos disponibles.  Con frecuencia, la gente en estos ámbitos no quiere rechazar a los necesitados y entonces los remite a organizaciones pequeñas sin fines de lucro como la nuestra.  Las dificultades que resultan demuestran los desafíos que enfrentan agencias benéficas en un ámbito en la que las redes de protección social han desintegrado.  Es un ejemplo de las consecuencias para una sociedad cuando la que la caridad se considera la responsabilidad de organizaciones pequeñas y sobrecargadas en vez de la obligación de todos.

Considera, por ejemplo, la mujer arriba mencionada.  ¿Por que necesitaba pedir limosnas en nuestra iglesia?  Era obvio que por sus discapacidades físicas y mentales no podría cuidarse a sí misma, por no mencionar a su nieta.  ¿Por qué no recibía ayuda suficiente del gobierno para vivir sencillamente y con dignidad?  Resultaba que su cheque de seguro social no le alcanzaba para cubrir sus gastos, y a veces otros miembros de su familia—también luchando para sobrevivir—le robaban el dinero.  Su hija había muerto, dejándola con el cuidado de su nieta; el papá de la niña no le daba fondos para mantenerla.  En vez de tener apoyo verdadero para sus problemas mentales, se le había recetado una medicina que solo le ayudaba en parte.  La escuela pública de su nieta probablemente no tenia fondos para ayudarla a llegar a la escuela, y los fondos para autobuses escolares se han cortado severamente.  De hecho, en nuestra agencia benéfica recibimos con mucha frecuencia peticiones de padres cuyos hijos asisten a escuelas públicas pero que no tienen como llevarlos a ellas.

Entonces, llegó a nuestra iglesia.  ¿Por qué no podíamos ayudarla lo suficiente?  En el pasado, es probable que una mujer necesitada recibiera ayuda en una iglesia, sin necesitar ir a otras organizaciones.  Históricamente, las iglesias y otras instituciones comunitarias apoyaban a la gente así, pero ahora estos grupos tienen menos miembros y menos recursos, y hay más necesidad alrededor de ellos.  Mi iglesia, como muchos, está luchando para sobrevivir.  Los congregantes de la clase media se sienten cada vez más inseguros económicamente y tenemos dificultades en recaudar fondos para mantener las instalaciones.  Además, la desintegración de las redes de protección social para personas como esta mujer significa que sus necesidades son muy grandes.  Iglesias como la mía, atrapadas entre menos miembros y más gastos, mandan a personas así a agencias benéficas como la nuestra.

No me sorprendió, entonces, que ella se dirigiera a nuestra agencia.  Pero nosotros tampoco teníamos mucho que ofrecer.  Podíamos darle comida y ropa, pero somos una agencia pequeña y no ayudamos con renta ni cuidado médico.  Y, en contraste con los representantes del gobierno y de las iglesias, con frecuencia no podemos mandarlos a otras agencias.  Las pocas organizaciones que en el pasado ayudaban con dinero para alojamiento han terminado estos programas; hay listas de espera muy larga para viviendas subvencionadas.  Sólo unas pocas organizaciones ayudan con transporte.  Podríamos enviarlos a otras agencias pequeñas como la nuestra, pero como sabemos que no pueden ayudarlos tampoco, eso sería cobarde y cruel.   Es muy difícil decirles que tal vez no hay ninguna otra parada en su travesía, pero sería irresponsable darles esperanzas falsas.

Los pobres, en efecto, necesitan trazar un camino en el que varias agencias y grupos de la sociedad le endosan la responsabilidad de ayudarlos a la próxima organización: el gobierno les dice que vayan a las iglesias o a sus escuelas, las cuales los mandan a organizaciones como la nuestra.  Estamos al final del camino.  Los políticos y el público han contribuyendo a la desintegración de las redes de protección social, pero no ven las consecuencias.  Somos nosotros los que están en la última parada de una travesía larga, recibiendo a todos que ya tienen ningún lugar adonde ir.

Foto: «Last Stop» (CC BY-SA 2.0) por Leonardo Rizzi