Facilitadores

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sábado, 30 de enero, 2016

Como en cualquier agencia que sirve a los personas sin hogar, en la nuestra vemos a mucha gente con adicciones a las drogas o al alcohol. No es que no haya adicciones en todos los sectores de la sociedad; el problema, como dicen los expertos, no discrimina entre clases sociales, y algunos estudios incluso argumentan que hay más abuso entre los ricos. Pero ser rico significa que puedes ocultar una adicción detrás de las puertas de tu casa; los pobres terminan en las calles o pidiendo ayuda de organizaciones benéficas.

Pero las razones por las cuales la sociedad ve y trata a los adictos ricos y pobres de maneras distintas van más allá de la visibilidad. Nuestros prejuicios nos hacen tomen conclusiones diferentes al considerar aspectos de sus vidas. El lenguaje mismo que se usa para hablar de la adicción con frecuencia representa diferentemente a los adictos con y sin recursos, perpetuando una percepción que castiga a los adictos pobres y hace la vista gorda en cuanto a los ricos. La palabra facilitador es un ejemplo claro de esta discrepancia.

En discusiones sobre la adicción, se escucha mucho esta palabra. Un facilitador es una persona que le ayuda al adicto a mantener su adicción. Por supuesto hay los vendedores de drogas o alcohol y los que se los dan por primera vez a los que terminan como adictos, pero la mayoría de los facilitadores ayudan de otras maneras. La pareja o familiar que ignora los señales de un problema o excusa las acciones de su ser querido cuando toma decisiones malas por causa de drogas o alcohol, un compañero de trabajo que ofrece pretextos o cubre las mentiras del alcohólico cuando éste no puede cumplir sus compromisos, los padres que se niegan creer que sus hijos tomen drogas.

Pero desde una perspectiva más amplia, un facilitador puede ser una persona que desempeña un papel más sutil y complicado, y aquí se encuentran diferencias destacadas entre ámbitos ricos y pobres. Considera, por ejemplo, una escuela en un barrio pobre en la que los administradores saben de los problemas de varios estudiantes con drogas o alcohol—que en muchos casos los llevan a faltar a clases con frecuencia—y no hacen nada. ¿Cómo veríamos a una situación así? Los administradores, pensaríamos, son facilitadores, y concluiríamos que son perezosos o desinteresados. ¿Y qué diríamos de un consejero en una escuela así que no tomaran en serio los problemas con drogas de un estudiante? Poco profesional, incompetente, negligente.

En contrasto, ¿qué pensaríamos de administradores en escuelas ricas que ignoran problemas similares? Necesitan respetar la privacidad de sus estudiantes, diríamos. Si los estudiantes no causan otros problemas, ¿por qué necesitan los administradores hacer enojar a los padres? ¿No es posible que sólo sea una etapa normal en la vida de un adolescente? En el libro Mi hijo precioso: El viaje de un padre a través de la adicción de su hijo, el autor David Sheff presenta un ejemplo de estas presuposiciones. Cuando Nic, el hijo de Sheff, faltaba una y otra vez a su escuela—tanto que el director le dijo a su padre que tenía un número récord de ausencias—no había consecuencias. Nic era un estudiante inteligente en una escuela privada; no encajaba en el perfil que tiene la sociedad de un adicto. ¿Por qué arriesgarse a perder a un estudiante así al castigarlo? Cuando Nic desapareció de su casa, su terapeuta le dijo a su padre que el muchacho tenía que declarar su independencia. ¿Podía ser que el psicólogo temiera ser demasiado duro, o que presumiera que todo terminaría bien porque la familia pertenecía a la clase media alta?

Si queremos enfrentar el problema de la adicción, necesitamos darnos cuenta que las personas en las vidas de los adictos ricos que—directamente o indirectamente—contribuyen a que mantengan sus adicciones también son facilitadores. E incluso deberíamos reconocer que nuestra sociedad misma actúa como facilitador hacia los adictos ricos. Tenemos un doble rasero que hace que juzguemos y castiguemos de maneras diferentes a los ricos y pobres con problemas de adicciones—incluso, como se ha demuestro, en términos del sistema judicial—y así permitimos que con frecuencia las personas ricas no tengan que enfrentar a sus problemas. Es la hora de reconocer nuestro papel en el problema y tratar a todos los adictos, ricos y pobres, con compasión y tratamiento, sin juzgarlos ni facilitar sus problemas.

Foto: freeimages.com/Ket Quang