Seguridad

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sábado, 27 de febrero, 2016

Hace una semana un episodio de violencia nos asustó a todos en nuestra agencia benéfica. Un cliente atacó a un trabajador, y aunque estuvimos aliviados que no lo lastimara gravemente, nos dimos cuenta que la situación podría haber sido muy seria. Empezamos a hablar de algo en lo todos habíamos pensado, aunque con cierta reticencia y sin hacer nada en concreto: nuestra seguridad. Tenemos algunas medidas de seguridad que hemos establecido durante los años—la puerta del área de recepción al exterior se mantiene cerrada con llave para que nadie pueda entrar sin que un trabajador la abra; sólo permitimos un número limitado de clientes en el edificio a la vez—pero este incidente nos demostró que necesitamos hacer mas.

El tema de la seguridad en nuestra sociedad es muy incómodo, por un lado, y cada vez más importante por otro. Hemos visto muchos actos de violencia en diversos lugares en los EEUU—escuelas, centros comerciales, lugares de culto y de trabajo. Pensar constantemente en estos eventos nos paralizaría en nuestras vidas cotidianas, y mantener nuestra salud mental requiere que no nos obsesionemos mientras intentamos seguir adelante. Pero es imposible no notar las medidas de seguridad que se están implementando por muchas instituciones, y hemos adaptado nuestras vidas para minimizar nuestro riesgo en muchos contextos. Podemos discutir los detalles—¿de verdad necesitamos pasar por un detector de metal en eventos de deportes universitario? ¿deberíamos tener que tirar una botella de agua antes de abordar un avión? –pero nadie da por sentada la seguridad hoy en día.

Pero como cristianos, hay implicaciones específicas de cómo pensamos en nuestra protección. Por encima de todo, confiamos en el Señor, y sabemos que él nos cuida en todo momento. ¿Por qué, entonces, pensar más en como fortalecer nuestra seguridad? Me acuerdo de una conversación que tuve con un antiguo director de nuestra organización. Después de que una clienta agresiva entró en el edificio y se acercó a una consejera, le mencioné al director que otros miembros del personal deberían haberla respaldado inmediatamente. Él no estaba de acuerdo. «Ella puede cuidarse», me dijo. «De todos modos, Dios no ha permitido que nada malo nos pasara aquí en más de cuarenta años; el Señor nos tiene protegidos.» (Afortunadamente, otros directores y trabajadores han sido más prácticos—ahora siempre hay alguien que le respalda a una persona en un encuentro difícil.)

Obviamente, esta perspectiva es muy problemática en sus implicaciones. Todos sabemos que cosas malas pasan a la gente buena. Aunque sea tentador (y común a veces) pensar, como los amigos de Job, que los que sufren lo merecen, entendemos que esto es equivocado. Enfocándonos más específicamente en casos de violencia en organizaciones cristianas, parece casi impensable. Ninguna persona en su sano juicio diría que el tiroteo del año pasado en la iglesia Emanuel AME en Charleston, Carolina del Sur, pasara porque Dios no quisiera proteger a los que fueran asesinados. Y también había algo de soberbia en la proclamación que Dios no había permitido que algo nos pasara.  Como si fuéramos más amados por Dios o tuviera más fe que otras agencias, muchas de las cuales han experimentado actos de violencia y usan guardias de seguridad.

Al mismo tiempo, a pesar de los problemas en la declaración de ese anterior director, recordar su comentario a la luz de nuestro episodio reciente de violencia me ha hecho pensar en la intersección de nuestra fe y el tomar medidas fuertes para protegernos. No estamos diciendo, por supuesto, que al protegernos del peligro no confiemos en Dios, pero al mismo tiempo hay un riesgo de confiar demasiado en nosotros mismos. No deberíamos perder nuestra fe en la soberanía de Dios; no podemos pensar que con seguridad de este mundo no necesitemos la protección del Señor también. Es posible contratar a guardias, poner alarmas, y hacer cumplir reglas estrictas, pero se puede evitar todo riesgo. Si queremos servir, nos arriesgamos. Nuestra seguridad en la protección de nuestro Señor no es, en última instancia, una garantía de que nada malo nos pase. Es una seguridad que Él está con nosotros en todo.

Foto: Por Michael Bowman [dominio público], vía Wikimedia Commons (memorial en la iglesia Emanuel AME en Charleston, Carolina del Sur al tiroteo el 17 de junio de 2015)

Las paredes

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martes, 23 de febrero, 2016

Viví en Texas por más de una década, y aunque estaba muy lejos de la cuidad de Huntsville—el sitio de la cámara de muerte en el estado con más ejecuciones en los EEUU—es imposible escapar su influencia. Aunque se diga que en Texas las ejecuciones mismas se han hecho rutinarias, hay algo extraño en vivir en un estado mirado por todo el mundo por su gran número de ejecuciones. Los que se oponen a la pena de muerte experimentan vergüenza y frustración. Me acuerdo de mi deseo frecuente de gritar a los que pensaban que el estado estaba lleno de partidarios de la pena de muerte, «¡No somos todos así!» aun cuando sabía que la mayoría (no sólo en Texas sino también en todo los EEUU) sí la apoyaba y que, de todos modos, ningún político texano iba a arriesgarse a oponerse al sistema. Muchos de los que están a favor son defensivos—es incómodo incluso para los que piensan que es correcto saber cuántas más ejecuciones se realizan en el estado comparado con otros y escuchar las críticas de gente en todo el mundo. Pero la verdad es que no se habla mucho del asunto. Como una regla no escrita—mejor no empezar una conversación sobre eso.

La sensación es de vivir rodeado por paredes que nadie quiere ver. Paredes entre el estado y el resto del país; paredes entre los dos campos, a favor y en contra; paredes de clase y raza que no permiten que los pobres y las minorías reciban la misma justicia que la gente rica; paredes de prejuicio y ambiciones políticas que hacen que legisladores, jurados, jueces y abogados estén dispuestos a ignorar o esconder evidencia que arrojaría dudas sobre la culpabilidad de un acusado. Mientras tanto, la gente actúa con frecuencia como si todo fuera normal, porque ¿qué otra forma de vivir en un ámbito así sin tener que enfrentarlo todo el tiempo? Qué sensación extraña, estar en la sombra constante de algo que no se reconoce.

Resulta curioso, entonces, que la unidad en la Penitenciaría Estatal de Texas en Huntsville que alberga la cámara de muerte se llame «La Unidad de las Paredes (the Walls Unit)». Se llama así por las paredes de ladrillo, pero el nombre es apropiado simbólicamente también. Unas paredes más en un sistema de paredes, un lugar rodeada por paredes de ladrillo, en un estado cuyo número de ejecuciones lo divide del resto del país, en un país que, al seguir usando la pena de muerte, se separa cada vez más del mundo. Pero algo se destaca de estas paredes. Dentro y fuera, los contrastes son particularmente radicales; y el significado de esto nos muestra el daño que la pena de muerte causa en una comunidad y una cultura.

Fuera de la Unidad de las Paredes el día de una ejecución, siempre hay manifestantes en contra y con frecuencia personas que apoyan la pena de muerte. A veces hay escenas muy feas: un letrero llevado por algunos espectadores el día de la ejecución de Karla Faye Tucker en 1998 sugería que se le ejecutara con un pico, el arma que había usado Tucker; miembros del Ku Klux Klan exhibieron pancartas racistas el día de la ejecución de Shaka Sankofa en 2000. Pero la mayoría no atraen esta atención. Y en la ciudad de Huntsville, muchos intentan ignorar las paredes—literales y figurativas—alrededor de ellos. Reaccionan a ejecuciones como si fueran parte «normal» de la vida, algo que se ignora, de lo que se bromea, o que se considera rutinario. Se puede comprar camisas en el Museo de Prisiones de Texas en Huntsville con imágenes de la silla eléctrica; estudiantes en excursiones escolares visitan la cámara de muerte.

Dentro de las paredes, sin embargo, el ámbito es totalmente diferente. Un documental de radio que se produjo por Sound Portraits en 2000 presenta las historias de los que participan en las ejecuciones dentro de la prisión, los guardias, administradores, capellanes y testigos de la prensa que hacen lo que el público demanda. Aunque varios participantes expresan su apoyo para la pena de muerte, sus reacciones distan mucho de ser calmados, entretenidos, o inafectados. Otros expresan un dolor que parte el corazón. Un antiguo guardia, Fred Allen, describe su crisis mental provocada por su participación en muchas ejecuciones, su inhabilidad de sacarse de la mente las imágenes de sus experiencias. Carroll Pickett, capellán jubilado de la prisión y ahora activista en contra de la pena de la muerte, nota que muchos guardias necesitan renunciar. El capellán de la prisión, Jim Brazzil, expresa su miedo de examinar sus propios sentimientos sobre el proceso.

Estos hombres no pueden ignorar las paredes ni el daño que les causan. Y sus experiencias deberían hacer reflexionar a los residentes de su estado y del país entero, quienes prefieren ignorar las paredes, literales y figurativas, de la pena de la muerte. Desde su lugar dentro de la Unidad de las Paredes, enfrentan las consecuencias de una sociedad que sigue usando este castigo: duda, culpa, dolor, depresión. Por nosotros, ellos tienen una carga pesada. Es la hora de admitir nuestra responsabilidad, ver las paredes, compartir su carga, admitir que vivimos en las sombras.

http://www.texasmonthly.com/the-culture/executions-are-so-common-even-protesting-them-has-become-routine/

http://www.soundportraits.org/on-air/witness_to_an_execution/transcript.php

Foto: Por Mark Britain de Houston, EEUU (excursión de día a Huntsville) [CC BY-SA 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)%5D, vía Wikimedia Commons («La Unidad de las Paredes» en la Penitenciaría Estatal de Texas en Huntsville)

El amigo

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viernes, 19 de febrero, 2016

Los dos hombres llegaron juntos a nuestra agencia, y entraron en el área de la recepción. El que obviamente estaba más nervioso me saludó primero, y le pregunté sobre lo que necesitaba. Acababa de mudarse de otro estado y le urgía tener una identificación del nuestro; además, no tenía donde dormir. La verdad triste es que estamos casi al final de la temporada en la que está abierto el refugio de invierno con el que trabajamos en nuestra agencia; de todos modos, la lista de espera sigue larga. Pensé en otra agencia, un refugio muy cerca de nosotros, en el que sirven el almuerzo y la cena todos los días, y después despejan el comedor de las mesas y permiten que alrededor de ochenta personas duerman en el suelo en colchones. Es un lugar rudo y a veces peligroso, pero su personal está dedicado a servir el Señor al ocuparse de lo que otras agencias, incluyendo la nuestra, no pueden (o no quieren, o no se arriesgan a) hacer: darles un techo a ochenta personas en la calle cada noche. «Aceptan a las mujeres y los niños primero», le dijo mi colega. «Como en un barco que se hunde», bromeó.

Entonces, dirigí mi atención al segundo hombre. No parecía nervioso, exactamente, pero había algo que pesaba sobre él. «¿En qué puedo servirle?» empecé. «Ah, no», me respondió. «Soy su amigo, y estoy ayudándolo. Ha estado quedándose conmigo pero ahora . . . es tiempo que encontremos otro lugar». Mientras el cliente hablaba con el consejero, el amigo que lo había llevado me contó en breve un poco de la historia de cómo llegaron a nuestras puertas. Este hombre, el amigo del cliente, tenía esposa e hijos; había invitado a su compañero a quedarse con ellos por un rato para que pudiera salir de una mala situación en otro estado. Pero se había hecho demasiado para la familia, y era hora de que su invitado buscara otro lugar.

Entonces me di cuenta porque parecía tan renuente y casi avergonzado.   Sentía culpa, responsabilidad, duda sobre su decisión, pero también un alivio. Él tenía un hogar y su amigo no; quería ayudarlo con alojamiento temporario. Pero también necesitaba aliviar a su familia de la responsabilidad de hospedarlo. Me imaginé que se estaba preguntando, ¿estoy haciendo lo correcto? ¿Qué más debería hacer? ¿Este hombre va a estar bien sin mi ayuda? En el refugio, su compañero correría riesgos que no tenía que considerar viviendo en una casa privada y segura. Dado esta incertidumbre, ¿cómo podría justificar su decisión de decirle que se mudara? Pero al mismo tiempo, ¿cómo negar los deseos de su familia que su invitado solo se quedara por un tiempo limitado?

Su dilema es algo que enfrentamos, de un modo u otro, todos los que queremos ayudar a los necesitados. Como escribí en una entrada previa, los límites son importantes para agencias benéficas porque, en el mundo real, hay presupuestos y fondos limitados. Como individuos, también necesitamos poner límites. Como el amigo de nuestro cliente, si empezamos a ayudar a alguien, es muy probable que en algún momento tengamos que hacer una decisión de trazar una línea: hasta aquí. Tal vez en algunos casos, no sea así—puede ser que de vez en cuando nuestro apoyo se limite naturalmente, y la persona solo quiera exactamente lo que ofrezcamos. De mi experiencia no sólo como trabajador con personas con necesidades sino también como amiga, hermana, vecina, he aprendido que normalmente lo querido y lo ofrecido no coinciden perfectamente. Y no hay respuestas claras ni la certidumbre de que hagamos lo correcto. Siempre hay dudas sobre nuestras razones para llegar a nuestros límites. Siempre hay una posibilidad de que algo le pase a una persona después de que dejemos de ayudarla. Siempre hay el riesgo de duda y culpa. ¿Cómo podemos servir en este contexto?

La respuesta es que si queremos servir al Señor, necesitamos enfrentar estas preguntas y experimentar estas dudas. No hay alternativa si deseamos vivir una vida cristiana. El amigo que llevó a su compañero a visitarnos demostró que un servidor debe estar dispuesto a aceptar estas dudas, dilemas, sentimientos encontrados. Debe reconocer que no podemos hacer todo para alguien y caminar con humildad ante esta realidad. Le hubiera sido fácil al amigo de nuestro cliente decirle que se fuera, decidir no acompañarlo; no hubiera necesitado enfrentar directamente la dificultad de su decisión y ver con sus propios ojos que los próximos pasos le serían difíciles a este hombre ahora sin hogar. No tomó la salida sencilla. Nuestro cliente necesitaba emprender un viaje en un territorio inseguro; su amigo caminó con él hasta la frontera.

Foto: freeimages.com/Dmytro Samsono

 

Canciones de libertad en el desierto

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martes, 16 de febrero, 2016

Es bastante común ver a cliente en nuestra agencia benéfica llevando una pulsera de tobillo, dado que actualmente se están dando libertad condicional a muchos prisioneros en los EEUU, pero ella tenía una historia diferente. Cargaba un grillete electrónico en el tobillo porque había sido detenida, pero no por la policía sino por agentes de los Servicios de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés). En varios casos, las autoridades les dan a detenidos la opción de llevar una pulsera electrónica para evitar quedarse en un centro de detención. Nuestra clienta está pidiendo asilo; mientras tanto, su grillete le identifica como una criminal por querer una vida mejor para su familia.

El uso de grilletes es parte de la práctica de tratar a los indocumentados en los EEUU como criminales, deteniéndolos en centros con malas condiciones muy parecidos a las de las cárceles en donde el país mantiene cada vez más presos estadounidenses. El mensaje es claro, identificando a inmigrantes indocumentados como criminales sin derechos. No resulta sorprendente, entonces, que algunos aplaudan la retórica llena de odio de candidatos a la presidencia que llaman «criminales» a los inmigrantes. No nos debería extrañar que muchos (tanto individuos como medios de comunicación) sigan usando la palabra «ilegales», aunque nadie es ilegal y los defensores de los indocumentados han pedido que nuestro lenguaje refleje esta verdad. Un aspecto particularmente inquietante del sistema es el uso en varios estados de empresas privadas contratadas para administrar los centros, en muchos casos las mismas que dirigen cada vez más prisiones en el país y que forman la base de lo que se llama «el complejo industrial de prisiones».

Mi indignación por este encarcelamiento de indocumentados en condiciones inhumanas y el uso de grilletes electrónicos es compartida por activistas a través de los Estados Unidos (y el mundo), quienes se han manifestado en solidaridad. El mes pasado, los cantantes John Legend y Juanes se unieron a la causa al visitar el Centro de Detención de Eloy en Arizona. La visita fue parte de la campaña #FreeAmerica de la estrella estadounidense Legend, quien está viajando a centros de detención y prisiones a través del país para llamar la atención al público sobre el encarcelamiento masivo y el llamado «camino de la escuela a la prisión». Legend invitó al cantante colombiano y activista Juanes a acompañarlo al centro en Eloy, y después de su visita a los dos dieron un concierto en las afueras del centro. La escena increíble de dos ganadores de Premios Grammy cantando en el desierto para un público de alrededor de 250 personas está captada en un video en el sitio web de #FreeAmerica, en el cual se presenta datos sobre el número de personas detenida en centros como el de Eloy.

Una de las canciones que cantaron fue «Redemption Song» del cantante jamaicano Bob Marley. La letra le pide al oyente que ayude a cantar «estas canciones de libertad», y habla de la esclavitud física y mental, suplicando, «Emanciparte de tu esclavitud mental / Nadie excepto nosotros mismos puede liberar nuestras mentes». La llamada a la acción de la canción—que dejemos de quedarnos, pasivos, «mirando a otro lado» y empecemos a «escribir en el libro»—nos demanda oponernos a las acciones del gobierno que niega la libertad a inmigrantes y el sistema capitalista que permite que empresas privadas se beneficien de su encarcelamiento. Legend y Juanes indica que tenemos una tarea común, los marginados—afroamericanos, latinos, blancos pobres, personas indocumentadas, refugiados—y los que los apoyamos. Deberíamos unirnos en oponerse al sistema penitenciario en los Estados Unidos y a las leyes el que ha llevado al encarcelamiento masivo de millones de personas, en particular las minorías raciales y la gente pobre. En un discurso de 1937 que inspiraba a Marley a escribir la canción (y del que sacaba partes de la letra), el jamaicano Marcus Garvey articuló el mensaje de solidaridad. «Somos hombres seamos blancos, amarillos o negros, porque tenemos un origen común», declaró Garvey. «Venimos del mismo lugar y regresaremos al mismo lugar.»

Los poderosos predican división y tratan de usar miedo para fomentar odio contra los inmigrantes, particularmente los indocumentados. Van a quedarse con tu trabajo, usan demasiados servicios públicos, se comportan mal. Mentiras en voces muy altas. Pero como cantaron Legend y Juanes, como escribió Marley, como proclamó Garvey, la solidaridad es muy fuerte. Al unirnos y cantar las «canciones de libertad» se nos va a oír.

Letra de “Redemption Song” traducida: http://detrasdelacancion.blogspot.com/2009/02/redemption-song-bob-marley-and-wailers.html

Sitio Web de #FreeAmerica: http://letsfreeamerica.com/

Discurso de Garvey: https://henriettavintondavis.wordpress.com/2010/03/24/redemption-song/ (las traducciones son mías)

Foto: Por Jonathan McIntosh (Obra propia) [CC BY 2.5 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.5)%5D, vía Wikimedia Commons

Su «agenda»: Vivir sin miedo

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sábado, 13 de febrero, 2016

Mucha gente llega a nuestra agencia herida, cojeando después de un accidente, golpeada como víctima de violencia en la calle, con brazos despellejados por infecciones o chinches en los colchones de un refugio o un hotel barato, con vendajes de un hospital que acaba de darle de alta. Pero había algo más que nos llamó la atención en su caso. Él tenía, como muchos, la cara amoratada y manchada de llagas, pero mis compañeros y yo notamos algo particular que nos conmovió y que parecía hacerle más vulnerable a un probable acto de violencia. Delgado, afeminado en sus modales, y con aretes y unas pintadas, este hombre, presumimos, sufría por causa de su orientación sexual o identidad de género o ambas.

La vida en la calle y en hogares o refugios inestables, obviamente, es peligrosa. Para la gente LBGTQ es incluso más difícil. Según estudios, un porcentaje alto de personas viviendo en la calle o en peligro de quedarse sin hogar se identifican como LBGTQ y enfrentan peligros como violencia, rechazo por parte de agencias que no lo aceptan, dificultades en conseguir ayuda médica apropiada, y el riesgo de perder la custodia de sus hijos. Los que trabajamos con clientes LBGTQ tenemos que entender sus circunstancias particulares y buscar ayuda específica. Al mismo tiempo, necesitamos luchar en contra de los prejuicios de nuestros colegas, quienes a veces expresan perspectivas homofóbicas.

En nuestra agencia, por ejemplo, les ofrecemos ropa a los clientes. Es bastante común que un cliente quiera ropa que no corresponde a su sexo biológico sino a su identidad de género. Los voluntarios en nuestra organización, por la mayoría, son de miente abierta y en muchos casos, no hay ningún problema. Pero de vez en cuando un cliente me confiesa que un voluntario que trabaja en esa parte de la agencia le negó la ropa que quería. La justificación, en algunos casos, es que nuestras reglas no permite que un cliente reciba ropa para otra persona al menos que sea su hijo menor de edad. Aunque a veces alguien intente recibir ropa para otro adulto, ¿por qué presumimos que es así necesariamente en el caso de una mujer que quiere ropa del hombre o viceversa? Es posible que el cliente no le diga a un trabajador que es para sí mismo, pero en este caso, deberíamos preguntarnos por qué no se siente cómodo identificándose abiertamente. ¿Puede ser que teman una reacción homofóbica o transfóbica?

Clientes LBGTQ también tienen problemas con frecuencia en encontrar refugio. Varios clientes me han dicho que hay algunos refugios en los que no se sienten seguros por ser gay o transexual, donde hay muy poca privacidad y se encuentran vulnerables a la violencia de otros residentes. En el caso de refugios para familias, parejas gay o familias con padres gay enfrentan los prejuicios de las organizaciones que dirigen los refugios. Con frecuencia, organizaciones religiosas que proveen servicios a los pobres pertenecen a denominaciones o grupos que predican intolerancia completamente en contra del mensaje de amor e inclusión de Jesucristo. Es de verdad lamentable que muchos cristianos todavía justifiquen su homofobia así; obviamente, las personas LGBTQ viviendo en la calle saben que en varias organizaciones van a ser juzgadas por los que deberían ayudarlas. Pero esta discriminación no sólo existe en agencias religiosas sino también en los gubernamentales. Se ha reportado que entre los inmigrantes indocumentados detenidos en centros parecidos a prisiones, los de la comunidad LBGTQ sufren abuso, violencia, y denegación de los servicios de atención sanitaria.

Entender estas dificultades en las vidas de los pobres and vulnerables de la comunidad LGBTQ es importante. Después de las victorias en cuanto a la igualdad de matrimonio, las leyes que protegen a personas transexuales, y la creciente aceptación de personas LGBTQ incluso entre cada vez más conservadores, es tentador pensar que hemos resuelto los problemas con la homofobia y la transfobia en los EEUU. Sin embargo, aunque deberíamos celebrar estos avances, necesitamos recordar que entre los pobres, que son más vulnerables—y con frecuencia invisibles—las personas LBGTQ todavía enfrentan muchos obstáculos.

Mientras tanto, los de la extrema derecha siguen propagando información falsa y estereotipos. Hay una «agenda gay», dicen, representando los de la comunidad LBGTQ como personas con influencia y poder, intentando forzar al público a adoptar sus ideas o perspectivas. Esto es, por lo general, una mentira que perpetua el prejuicio; en el caso de los pobres de la comunidad LBGTQ luchando para sobrevivir, es particularmente cruel. No tienen poder ni influencia; sufren por su orientación sexual o identidad de género además de por su pobreza. Su única «agenda» es vivir sin miedo. Nosotros que queremos servir a los pobres y vulnerables necesitan estar dispuestos a luchar por ellos como por todos los pobres y a entender sus necesidades particulares. También hay que recordar al público que por lejos que hayamos llegado, todavía hay mucho que hacer.

Foto: Por D. Sharon Pruitt (fotógrafa y dueña de la foto original), Pink Sherbet Photography de USA [CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)%5D, vía Wikimedia Commons

Invisibilidad e injusticia, parte 2: El pasado en el presente

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martes, 9 de febrero, 2016

Como nota el Grupo de Trabajo de Especialistas de la ONU sobre las Personas de Ascendencia Africana en su declaración del 29, la manera en la que se enseña la historia de la esclavitud y la opresión racial en los Estados Unidos es, en muchos casos, problemática y dañina. Dado que la historia del pasado racial de los EEUU «se enseña de maneras diferentes por los estados, y no aborda adecuadamente las causas fundamentales del racismo y la injusticia», los afroamericanos con frecuencia son invisibles y el legado de su experiencia histórica no se reconoce. Como examinamos en la entrada anterior, esta perspectiva previene que el país se comprometa a considerar seriamente reparaciones para remendar el daño del pasado y sus consecuencias en el presente. Los especialistas nos urge examinar seriamente la historia que se enseña (aunque a veces para hacerlo hay que enfrentar la actitud defensiva de muchos blancos en los EEUU). Específicamente, hay que investigar las maneras actuales de enseñar y buscar los prejuicios en las que están basadas para empezar a ser honestos y dispuestos a reparar los errores del pasado.

Solo hay que considerar algunos planes de estudios en varios estados para ver ejemplos de esta manera de ignorar, minimizar o malinterpretar el pasado racista de los Estados Unidos. Para ahora muchos han oído de los esfuerzos del estado de Texas de omitir o minimizar la esclavitud y el Movimiento por los Derechos Civiles en las clases de historia. Pero las propuestas de otros estados, aunque no tan conocidos, son igualmente inquietantes. Legisladores en varios estados, incluyendo Colorado, Georgia y Texas han criticado el plan de estudios que prepara a estudiantes para el examen de colocación avanzada (AP por sus siglas en inglés, un examen que se toma en la preparatoria para ganar créditos universitarios) porque, según ellos, ponen demasiado énfasis en la opresión y la explotación.

Un plan de estudios creado en el estado de Misisipí para estudiantes de entre doce y dieciocho años sobre Jefferson Davis, el primer presidente de la Confederación, lo presenta totalmente en términos positivos; increíblemente, no hay ninguna mención de su posesión de esclavos y su apoyo de la esclavitud. En contraste, la lección lo describe como un «héroe» que era «dedicado y a su estado y país» y sugiere que los estudiantes escriban un poema sobre su vida. El plan cita el comentario de otro legislador después de la inauguración de Davis que «el hombre y la hora coincidieron» y propone que el profesor inquiera a los estudiantes, «Basado en su estudio de Jefferson Davis, porque fue el hombre del momento?»

Pero incluso cuando mencionan la opresión y la injusticia de la esclavitud, unos planes de estudios recomendados por varios estados presentan una visión incompleta y prejuiciado. Una guía para profesores en el estado de Carolina del Sur, por ejemplo, provee lecciones de muestra para estudiantes del cuarto y octavo grado (aproximadamente de nueve años y trece años, respectivamente) sobre la rebelión de esclavos de Stono en 1739, la rebelión más grande de esclavos en las colonias antes de la Revolución de 1776. La lección para estudiantes del cuarto grado incluye tres preguntas para guiar la discusión: «¿Qué le pasa a gente que se comporta mal en la escuela? ¿Qué le pasa a gente que infringe la ley? ¿Qué les pasó a los esclavos que se involucraron en la rebelión?» Que el estado sugiera que los profesores comparen a esclavos luchando por su libertad con niños portándose mal sería inimaginable si no pareciera en la página web de un programa del estado financiada por fondos del gobierno federal. Qué la guía note que los esclavos rompieron leyes sin proponer una discusión de la inmoralidad de la esclavitud y las leyes que lo sostenían es ridículo. Seguir las instrucciones en esta guía sería, simplemente, una falta profesional.

Aunque hay más información en la guía para los estudiantes del octavo grado sobre el maltrato de los esclavos, esta lección de muestra también se basa en presuposiciones problemáticas. Un comentario que se añade en la guía revela la perspectiva parcial de los escritores: «Si la causa original de la rebelión fue para ayudar en conseguir la libertad de los esclavos, es irónico porque después todas las acciones de los esclavos se limitaban más». ¿Qué quiere decir este comentario? ¿Qué los esclavos fueron responsables de las restricciones en contra de ellos? ¿Qué su situación hubiera sido menos dura si no habrían resistido? ¿Es esto lo que se espera que los profesores en Carolina del Sur enseñen?

Si no reconocemos y examinamos la historia de la esclavitud y la opresión racial, no podemos decir con honestidad que tengamos un compromiso de promover la justicia y la igualdad. Una historia honesta y completa no va a resolver todos los problemas raciales en los EEUU, pero es una fundación necesaria. Mucha gente se frustra cuando escucha la palabra reparaciones, diciendo, «¿Cómo podemos hacer algo ahora, después de tanto tiempo?» Sí, la nación les ha fallado a sus ciudadanos afroamericanos por muchos años. Sí, los problemas son difíciles. Sí, es tarde—pero no demasiado tarde. Si queremos un futuro mejor, hay que empezar con el pasado en el presente.

Foto: Por Bart Everson [CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)%5D, vía Wikimedia Commons (estatua de Jefferson Davis en Nueva Orleáns, con precisión histórica añadida por artistas locales)

Declaración del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Personas de Ascendencia Africana: http://www.ohchr.org/EN/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=17000&LangID=E (las traducciones son mías)

Plan de estudios sobre Jefferson David para profesores en Misisipí: http://mshistorynow.mdah.state.ms.us/index.php?s=lesson-plans&id=288 (las traducciones son mías)

Planes de estudios sobre la rebelión de Stono para profesores en Carolina del Sur: de la página web http://www.teachingushistory.org/lessons/lessonPlans.html (las traducciones son mías)

 

Invisibilidad e injusticia, parte 1: Reparaciones y la historia de los Estados Unidos

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sábado, 6 de febrero, 2016

El 29 de enero, el Grupo de Trabajo de Especialistas de la ONU sobre las Personas de Ascendencia Africana emitió una declaración sobre sus observaciones durante su visita a los Estados Unidos. Aunque el grupo nota algunos avances positivos en cuanto a la igualdad para los afroamericanos—incluyendo la abolición de la pena de muerte en varios estados y la amplificación del acceso al cuidado médico proveído por la Ley de Cuidado de la Salud Asequible—sus conclusiones sobre la situación de los de ascendencia africana en los EEUU son alarmantes. El grupo se describe como «sumamente preocupado sobre la situación en cuanto a los derechos humanos de los afroamericanos» y recomienda reparaciones para la esclavitud y la violencia racial.

Desde el fin de la Guerra Civil en los Estados Unidos, se han surgido varias propuestas para ofrecer reparaciones por la esclavitud y su legado de injusticia racial. No es de sorprender que los estadounidenses blancos generalmente no hayan reaccionado bien. Los Estados Unidos es una nación con mucho sobre lo que podemos estar orgullosos; el problema es que nuestra soberbia nacional no les permite a muchos—sobre todo a los blancos—admitir que haya aspectos de los que no debamos estar orgullosos. Pero los especialistas de la ONU tienen razón; combatir la desigualdad estructural y el racismo institucional demanda un esfuerzo honesto y sostenido—es decir, reparaciones.

¿Pero cómo vamos a empezar a reparar un sistema y una cultura para mejorar el futuro? La declaración del grupo de la ONU ofrece varias recomendaciones concretas. La mayoría tiene que ver con acciones en el presente para reparar el daño del pasado, pero dos en particular se enfocan en el pasado mismo—es decir, en la historia. Los expertos mantienen que se debe reconocer en los Estados Unidos que la trata transatlántica de esclavos era «un crimen de lesa humanidad» y que las consecuencias siguen en el presente en las formas de racismo y discriminación racial. Además, proponen que «los planes de estudios escolares de cada estado debe reflejar apropiadamente la historia de la trata de esclavos».

Para mucha gente en los Estados Unidos, estas recomendaciones parecerían extrañas. Oímos con frecuencia que la historia ideal es una historia «objetiva», basada en hechos e imparcial, algo que se fue y ahora sólo representa un artefacto. Pero la historia no consta sólo de «lo que pasó» sino también de cómo hablan de ello, y en este sentido es una parte del presente. Desde esta perspectiva, podemos ver las conexiones entre nuestras maneras de hablar del pasado y la injusticia racial. Nuestro país nunca se ha comprometido a examinar la verdad sobre la esclavitud, la segregación, y la violencia racial en nuestra historia y sus implicaciones en el presente. En particular, notan los especialistas, «En los planes de estudios escolares, los hechos históricos sobre la época de la colonización y la esclavitud no se recogen lo suficiente en todas las escuelas. Esta historia . . . se enseña de maneras diferentes por los estados, y no aborda adecuadamente las causas fundamentales del racismo y la injusticia. Por consiguiente, esto contribuye a la invisibilidad estructural de los afroamericanos.»

Las recomendaciones del grupo de la ONU son importantes porque nos urgen examinar las crónicas comunes sobre la historia de los Estados Unidos y la manera en que se enseña la historia de nuestro país. De hecho, sus consejos indican que una parte fundamental de la justicia reparadora debe tratar de la historia. ¿Pero qué significa sus recomendaciones sobre la enseñanza de la historia en términos prácticos? Examinamos este asunto en la próxima entrada.

Foto: Por Infrogmation de New Orleans (Foto de Infrogmation) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)%5D, vía Wikimedia Commons («Tumba del Esclavo Desconocido» en Nuevo Orleáns, Luisiana)

Declaración del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Personas de Ascendencia Africana: http://www.ohchr.org/EN/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=17000&LangID=E (las traducciones son mías)

Hablando por ellos

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martes, 2 de febrero, 2016

Los clientes que visitan nuestra agencia benéfica llegan a menudo en parejas: amigos, novios o esposos, padres con sus hijos. A veces, sólo uno quiere servicios y el otro lo está acompañando; en otros casos, los dos necesitan ayuda. Con frecuencia, un aspecto de su relación nos llama la atención: uno de los dos habla más que el otro y se interpone en la discusión que normalmente tenemos con un cliente sobre su caso. Le aconseja sobre algo que deba pedir, por ejemplo, o le recuerda de algo que se le haya olvidado. Habla por la persona—es decir, las necesidades de su compañero le motivan. Pero en varios casos va más allá de una participación en la conversación; a veces, una persona habla por la otra en el sentido que habla en vez de ella—diciéndonos que quiere su acompañante, contándonos la historia de su vida, contestando nuestras preguntas—mientras la otra no dice casi nada.

Hay varias circunstancias en que el hecho de que otra persona hable por un cliente es totalmente apropiado y positivo. Tenemos clientes que, aunque sean adultos, tienen discapacidades y sus padres necesitan abogar por ellos. También es muy positivo que un padre acompañe a su hijo que acaba de salir de la cárcel. Es muy difícil regresar al mundo fuera de la cárcel después de cumplir una condena, y desafortunadamente, los recientemente liberados a menudo no tienen familia con que puedan contar. Los que tienen buenas relaciones con sus familias tienen menos probabilidades de reincidir, y como una agencia que los ayuda, nos agrada el apoyo de sus familiares.

Además, en muchos casos una persona que nos vista por primera vez no tiene mucha información sobre lo que ofrecemos. Un compañero que ya es nuestro cliente puede guiarla un poquito, recordándole de algo que sabe de nuestros servicios. Necesitar pedir ayuda de una agencia como la nuestra, sobre todo la primera vez, puede ser una experiencia confusa, difícil, incómoda. Puede ser un alivio tener a alguien que sepa que preguntar o que nos cuente algo importante. Esto facilita el proceso para nosotros y le da a nuestro nuevo cliente apoyo moral y práctico. Me acuerdo de un cliente que me contó una vez que después de que él se había encontrado pobre de repente—había perdido su trabajo por causa de una discapacidad—había conocido a varias personas que le habían ayudado a navegar en el mundo de bancos de alimentos y otras agencias de caridad.

Pero también hay casos en que nos preocupa que una persona hable por otra. La codependencia—definida como una preocupación excesiva por los problemas de otro—es una condición muy común por toda la sociedad, y según los expertos, impide que una persona que necesita ayuda realmente lo reciba. Como la persona codependiente se ocupa a hacer todo para su pareja—sea un novio, esposo, o hijo—ésta no necesita enfrentar a sus problemas. Vemos esto con frecuencia en el caso de nuestros clientes con adicciones. Una persona codependiente que nos pide todo por su pareja adicta permite que no aprenda las consecuencias de su adicción y que no reciba los consejos duros de un consejero sobre la necesidad de dejar de tomar o consumir drogas. En otros casos, el compañero que habla por un cliente puede ser abusivo, controlando la interacción con nosotros para esconder que la relación es opresiva. Típicamente, casos así involucran a una mujer callada (y por lo visto vulnerable o débil) y un hombre fuerte que habla por ella mientras ella no dice nada.

¿Qué hacemos en casos así? La verdad es que no hay mucho que podamos hacer. Un consejero con quien trabajo le dice normalmente directamente a la persona más callada que responda a sus preguntas en vez de permitir que su compañero lo haga; algunos trabajadores intentan hablar con un cliente en esta situación a solas. Pero excepto en casos de abuso físico, no tenemos la autoridad de pedir que alguien cambie su relación con otra persona.

Pero sí podemos aprender algo de estos casos sobre nuestra relación con los que servimos. ¿Cómo determinamos si alguien que habla por otro esta ayudándolo o lastimándolo? Es difícil; la línea entre los dos es muy delgada. Y hay que decirlo—nosotros también, los que ayudan, con frecuencia hablamos por nuestros clientes. Puede que los sugiramos algo que pensamos que necesitan; tal vez nuestros consejos los convengan. Esperamos, por supuesto, que sea así. Pero somos seres humanos con motivos complicados, y a veces ¿no es posible que, como el codependiente, queramos arreglar todo y no dejemos que la otra persona crezca? ¿Puede ser que en algunos casos nuestros prejuicios o suposiciones nos lleven a decir algo por alguien que no es apropiado? Hablar por otros es complicado y no se debería tomar a la ligera. Es mejor, cuando es posible, escuchar sus voces primero, animarlos a decirnos que necesitan, y tratar de entender—incluso cuando no se expresa en palabras—lo que quieren decir.

Imagen: Bell Telephone Magazine, 1922; de Internet Archive Book Images [Sin restricciones], vía Wikimedia Commons