El racismo cotidiano y la elección presidencial en los EEUU

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lunes, 10 de octubre, 2016

Hace poco más de una semana—un periodo que parece una eternidad en esta temporada electoral—se publicó en el Washington Post un perfil de una seguidora del candidato Donald Trump.  Ostensiblemente una exploración de las creencias de alguien que apoya al candidato racista y sexista, la historia describe a una mujer cuyas perspectivas están al margen incluso de las de la mayoría de los partidarios de Trump.  No sólo cree que Obama es musulmán sino también que es probable que la primera dama sea hombre y que hayan secuestrado a las hijas de otra familia.  La reportera presenta a la mujer en cuestión en un tono que la menosprecia—y que enfatiza sus problemas personales y características negativas—describiendo su profanidad, sus hospitalizaciones para enfermedades mentales, sus episodios de problemas extremas mentales cuando no estaba tomando su medicamento para la ansiedad.  Otras referencias en el artículo representan pistas para los lectores de la clase intelectual—la autora menciona muchas veces que la mujer fuma constantemente; hay una foto de ella mostrando la camisón que llevaba cuando se le arrestó por amenazas en línea—que indican que esta mujer es una marginada, una loca, alguien totalmente diferente que la gente normal del país.

Este artículo ha sido criticado, afortunadamente, por muchos periodistas y lectores; se ha notado que la publicación misma se aprovechó de la  vulnerabilidad de una mujer con enfermedades mentales y una vida muy triste para supuestamente entretener a todos los que quieren reírse—educadamente y con una fingida tristeza—de su manía y estupidez.  Me ofendió por estas razones, pero para mí representa algo más: es un ejemplo de cómo los medios—y la gente blanca por lo general en los EEUU hoy en día—suele pensar en el racismo como algo extremo, extraño, fácilmente identificable, escandaloso, en vez de enfocarse en el racismo cotidiano que se esconde detrás de ideas comunes o aceptables pero que están basadas en prejudicios y exclusión.

No me malinterpretes; estoy, por supuesto, en contra de estas expresiones abiertas además del racismo sutil, y me preocupa mucho la violencia y retórica horrible de grupos abiertamente racistas y los que atacan a manifestantes en los eventos de Trump.  Pero el problema del racismo no sólo tiene que ver con los que expresan abiertamente y en términos muy feos su odio hacia afroamericanos, latinos, musulmanes y inmigrantes. Si fuera así, el problema del racismo sería mucho más limitado y fácil de identificar.  Si fuera así, Trump sólo gozaría del apoyo de una base bastante limitada.  Pero la realidad es diferente; hay mucha gente de la clase media y media alta, comentaristas conocidos y gente que no puede ser descartada  fácilmente por periodistas, que justifican y toleran las expresiones abiertas del racismo de Trump.  Sus perspectivas encajan en otra categoría: el racismo cotidiano.

En un artículo publicado en 2000, el activista antirracista Tim Wise explora este tipo de racismo.  «El problema de racismo no se encuentra en los extremos», explica Wise.  Es algo escondido detrás de proclamaciones de mucha gente ordinaria—que los inmigrantes toman nuestros trabajos; que no necesitamos leyes en contra de la discriminación; que es aceptable que los dueños blancos de casas no quieran alquilar o vender a gente de otras razas.  Esta gente niega ser racista y señala a la gente como la mujer del artículo arriba mencionado; afirma, como dice Wise, que el racismo es el problema de otros.

Es esta presuposición misma que, en muchos sentidos, permite que el racismo cotidiano continúe.  Si nos enfocamos en sólo las expresiones abiertas y escandalosas, no necesitamos enfrentar las perspectivas racistas que impregnan nuestra sociedad y perpetúan la desigualdad.  Este racismo invisible, como dice Wise, es «mucho más problemático» y representa una amenaza más poderosa.  Aplicando el argumento de Wise al fenómeno de Trump, podríamos decir que el problema verdadero no es una mujer enferma y enojada sino los seguidores «educados» y respetados de Trump, los pastores y líderes que lo apoyan y los votantes que no son al margen de la sociedad sino en posiciones de influencia y poder.

El 8 de noviembre, la temporada electoral terminará.  Nadie sabe que va a pasar con la gente de la derecha extrema que se ha vista envalentonada por el racismo de Trump.  ¿Van a continuar promoviendo sus ideas abiertamente o van a salir del ámbito público?  ¿Van a seguir con manifestaciones violentas, gritando cosas feas, o van a juntarse fuera del ojo público como antes de esta elección?  Son preguntas interesantes pero no son las más importantes.  Deberíamos preguntar, ¿cómo vamos a enfrentar el racismo cotidiano que ha hecho posible la candidatura de Trump? ¿Vamos a aprender como el racismo cotidiano nos ha llevado a esta pesadilla o vamos a ignorar este problema nacional y permitir (asegurar) que esta historia se repita?

Foto: Por uraniumc (tomada por iphone) [Dominio público], vía Wikimedia Commons

Perfil en el Washington Post de una seguidora de Trumphttps://www.washingtonpost.com/national/finally-someone-who-thinks-like-me/2016/10/01/c9b6f334-7f68-11e6-9070-5c4905bf40dc_story.htm

Artículo de Tim Wise de 2000http://www.raceandhistory.com/historicalviews/18062001.htm (las traducciones son mías)

Despertándonos en Vidor, Texas

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domingo, 31 de julio, 2016

En 1993, un juez federal ordenó que se aboliera la segregación en 170 proyectos de viviendas públicas en el este del estado de Texas, una parte de los EEUU acosado desde hace mucho tiempo por el racismo.  Mucha gente blanca del área reaccionaba negativamente, y un pueblo en particular, el pequeño Vidor, ganaba infamia nacional durante en proceso como el sitio de varias manifestaciones del Ku Klux Klan, un grupo terrorista y extremista en los EEUU que promueve la supremacía de la raza blanca y tiene una historia larga y fea de odio y violencia.  La prensa nacional descendió en este pueblito, que rápidamente se hacia el símbolo de un tipo de racismo que persistía en las ciudades pequeñas en el sur del país.

En aquel entonces, yo trabajaba en una universidad, y el tema de Vidor surgía con frecuencia en conversaciones en las que reaccionábamos con horror.  Como todos, me quedaba escandalizada por el odio y racismo; qué atrasada debe ser ese lugar; que ajeno ese ámbito a las actitudes que yo consideraba comunes y civilizadas.  Por supuesto sabía que existía racismo en los EEUU pero esto me parecía de otra época.  ¿Qué tipo de gente vive en un lugar así? me preguntaba.  Definitivamente gente muy diferente que la persona promedia en nuestro país.

Tenía la oportunidad de examinar esta presuposición cuando descubrí que, de hecho, conocía a una persona de Vidor, aunque no lo había sabido antes.  Una de mis estudiantes, una afroamericana joven, me dijo que era de Vidor, y que le molestaba mucho la manera en la que la prensa presentaba su ciudad.  Hay mucha gente buena allí, me dijo; obviamente ella no estaba negando el racismo que debía haber visto y experimentado, pero pensaba que la prensa se estaba enfocando demasiado en la historia sensacionalista de los miembros Klan, muchos de los cuales no vivía en Vidor sino había ido allí para participar en las manifestaciones.  Su perspectiva me hacía pensar no sólo en su punto sobre la gente buena cuya perspectiva no recibía atención sino también en como el enfoque de la prensa sugería que el racismo en los EEUU en 1993 era un problema obvio y aislado.  Haciendo énfasis en este racismo descarado y abierto permitía al púbico general pensar que el racismo no era un problema  generalizado.  Los racistas eran aquellas personas, personas de un lugar lejos de las ciudades grandes, personas que se podía identificar fácilmente.  No había muchos de ellos; no vivían cerca de nosotros.  Un problema triste pero pequeño; no podía afectarnos.

Pienso mucho en esta perspectiva sobre Vidor—y todos los lugares en los que ocurren actos violentos y racistas—cuando pienso en la campaña presidencial actual en los EEUU.  Casi cada día Donald Trump hace declaraciones que antes parecía impensable, llenas de racismo, sexismo, odio.  Peor aún, tiene (según las encuestas) el apoyo de casi la mitad de la población estadounidense—o por lo menos, no piensa que sus perspectivas lo descalifique  como candidato.  ¿Cómo es posible que ahora este odio parece tan generalizado cuando antes yo pensaba, como muchos, que estas actitudes sólo pertenecían a un grupo pequeño, aislado, atrasado?

La respuesta es que cuando nos enfocamos en las actitudes de gente que nos parece obviamente extremista y atrasada—los miembros del Klan en el incidente en 1993 en Vidor, por ejemplo—no vemos el racismo de la gente «respetable» y supuestamente «razonable».  Ignoramos a la gente «ordinaria» en los EEUU que todavía sostienen la supremacía de los blancos, que creen en estereotipos feos sobre otros grupos y que quieren excluir a los de otras razas.  Si pensamos que el problema es la gente en lugares como Vidor o otros pueblos supuestamente muy diferentes del resto del país, no necesitamos aceptar que el racismo todavía es muy común en los EEUU.

Esta tendencia de pensar que el racismo es problema de aquellas personas, gente de un pueblo atrasado y lejano—no de la gente razonable y respectada—permitía también que muchos en los medios de comunicación pudieran descartar las ideas de Trump hasta bastante recientemente.  Las noticias lo presentaban como un candidato sólo popular ente aquella gente ignorante, de pueblitos en medio de la nada.  Los cómicos bromeaban de cuan estúpidos y ridículos eran los partidarios de Trump—gente de otros lugares, gente que no necesitábamos tomar en serio.  Ahora sabemos que estas presuposiciones eran falsas, y peor aún que nuestra negación del racismo alrededor de nosotros ha impedido de lo enfrentáramos.  Y ahora nos amenaza, poniendo en peligro nuestro futuro.

Tenemos que admitir que un lugar como Vidor, Texas, no está tan lejos, tan diferente.  Sí, tal vez la gente allí expresa sus opiniones en una manera menos delicada, más vulgar, pero el fenómeno de Trump nos demuestra que el racismo es un problema de todo el país y ya no debemos ignorarlo.  Por medio de esta campana presidencial y su retorica fea, nos hemos despertado y nos hemos dado cuenta que, en efecto, nosotros también vivimos en Vidor, Texas.  No sólo aquella gente sino todos vivimos en el medio de este problema enorme del racismo—y tenemos la responsabilidad de enfrentarlo.

Foto: «CIMG0093.JPG» by  lordsutch (Chris Lawrence) bajo la licencia (CC BY-SA 2.0

Adiós a los mitos sobre los Estados Unidos «posracial»

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viernes, 8 de abril, 2016

A muchos estadounidenses blancos les ha gustado pensar en los últimos años que vivimos en una sociedad «posracial.»  Teníamos problemas durante nuestra historia, la mayoría admitiría—la esclavitud, la segregación, la violencia racial—pero los hemos superado, según este razonamiento popular.  Por supuesto que esta idea es una ficción, pero una muy atractiva para muchos.  ¡Hemos resuelto todos nuestros problemas!  ¡Qué generosos y avanzados somos!  El mito les ha permitido a los blancos no sólo felicitarse a sí mismos sino también quejarse de los que piensan que todavía existen el racismo y la desigualdad.  ¿No saben que hemos acabado con todo eso?  ¡Somos ciegos al color!

La retórica de esta temporada de elecciones en los EEUU ha puesto fin a este mito.  La muerte de la idea de una nación «posracial» había comenzado antes, como algunos comentaristas han notado, con los asesinos de jóvenes afroamericanos por la policía en varios lugares—Michael Brown en Ferguson, Misuri; Tamir Rice en Cleveland, Ohio; Eric Garner en Nueva York; entre muchos otros.  Ahora, con las proclamaciones abiertamente racistas de varios candidatos republicanos y sus seguidores y los espectáculos asociados con las campañas, por fin debemos enfrentar la verdad sobre el racismo en los Estados Unidos.  Cuando tenemos candidatos que acusan a personas de ciertas razas de ser criminales, proponen «vigilar» lugares en donde viven personas de razas o religiones minoritarias, se niegan a rechazar a grupos racistas de terroristas blancos, y animan a sus seguidores a atacar a gente de color, podemos por fin esperar que no ya tengamos escuchar las declaraciones que el racismo se ha acabado.

El fin de este mito general de un país «posracial» trae consigo la implosión de algunos «sub-mitos» también.  Por fin se ha desmentido el mito bastante poderoso que sugiere que aunque todavía haya alguna gente racista en los EEUU, es un grupo extremista (y pequeño) y no representaba «el corriente principal».  Al creer este mito, la mayoría de los blancos podía pensar que sólo algunos pocos tenían problemas con personas de color, que el resto era tolerante y abierto.  Pero ahora que políticos y líderes supuestamente religiosos han revelado sus sentimientos verdaderos al apoyar a Donald Trump y alinearse con los que abiertamente expresan su odio para latinos, afroamericanos, y musulmanes, el país necesita enfrentar la verdad: el racismo todavía es parte de la experiencia estadounidense.

Pero, dicen algunos, el país eligió al primer presidente afroamericano.  ¿No significa esto que ya no hay racismo en la nación?  El odio que se ha presenciado durante esta temporada demuestra cuán falso era esta ilusión.  De hecho, incluso antes de esta campaña—desde la campaña presidencial de Barack Obama y el principio de su presidencia—había surgido una rabia en contra de él que sólo se puede explicar como la inhabilidad de aceptar a un afroamericano en la Casa Blanca.  El refrán tan popular en esta temporada de elecciones que «quiero recuperar a mi país» sugiere que alguien lo ha robado.  La inferencia tiene poco de sutil: aunque Obama ganó dos elecciones, la idea ridícula de que él tenga una posición que tomó ilegítimamente demuestra que no hemos dejado el racismo en el pasado.

El racismo que ha surgido en esta campaña presidencial también ha desmontado otro mito de una nación «posracial».  Por muchos años, líderes conservadores blancos han intentado convencer al país que ya no hay racismo, pero necesitan explicar porque todavía existe la desigualdad.  Según su razonamiento, los problemas raciales no se causan por los blancos sino por las «amenazas» de otros grupos.  Hemos escuchado las calumnias: los latinos van a tomar los trabajos de los afroamericanos.  Los afroamericanos van a atraer a los inmigrantes a pandillas y minar sus valores culturales.  Por desgracia, la estrategia de distraer y dividir a gente oprimida funciona a veces, pero esta temporada de las campañas de odio ha expuesto el truco y ha demuestro lo que realmente es.  Los grupos que han sido los blancos de sus acusaciones se han unido para luchar en contra de estos racistas, negándose a creer las mentiras que los poderosos han usado para mantener sus posiciones.

Para afrontar los problemas raciales que tenemos en los EEUU y el racismo que sigue envenenando nuestra sociedad, necesitamos admitir que existen.  La negación es una fuerza poderosa, pero con el fin de estos mitos ya no es una opción.  Lo que está pasando es feo y vergonzoso, pero ya no podemos ser ciegos a la verdad.  Queramos o no, la tenemos que ver.

Foto: Por Djembayz (Obra propia) [CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)%5D, vía Wikimedia Commons (El quincuagésimo aniversario de la Marcha por Trabajos y Libertad en Washington, 2013)