Viajeros

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sábado, 12 de marzo, 2016

Él llegó a nuestra puerta con una sonrisa, saludándonos amablemente. No se podía evitar notar su extrema delgadez, pero estamos lamentablemente acostumbrados a servir a gente con mala salud, y parecía energético y positivo. Nos contó que no sólo era su primera visita a nuestra agencia benéfica sino también acababa de venir a nuestra ciudad. «Me encuentro sin techo después de gastar un poco demasiado aquí en los primeros días», admitió. «Necesito vivir en la calle hasta que reciba mi cheque de seguro social en diez días».

No me sorprendió que este viajero hubiera calculado mal el costo de visitar a nuestra ciudad, particularmente dado que se había venido desde otra significativamente más barata. Pero su viaje era único. Padecía cáncer, nos dijo, y le quedaba muy poco tiempo de vida. De hecho, añadió, hace ocho meses su doctor le había calculado seis meses de vida. Había decidido hacer unas cosas en las que siempre había pensado—tachar las cosas de su «lista de cosas de hacer antes de morir»—como visitar a nuestra ciudad. Y aquí estaba.

Me sentía angustiada por él, y quería que tuviera un lugar donde dormir. Le di la dirección de una agencia cerca de nosotros, en donde se permite que ochenta personas duerman después de proveerles una cena, y él me lo agradeció. Tal vez buscara refugio allí, me respondió, pero no parecía muy preocupado. Sin embargo, sabía que iba a necesitar cuidado en un futuro cercano, y cuando mi compañera de trabajo le dio la dirección de un centro de cuidado para los gravemente enfermos sin hogar, la puso en su bolsillo.

Su historia me recordó a la experiencia de otra persona que habíamos ayudado, que también había emprendido un viaje final antes de morir. Hace algunos meses ayudamos a una mujer viviendo en la calle, que acababa de salir de la cárcel después de servir una condena de más de treinta años. Con más de setenta años, se había encontrado en la calle, juzgada por otras personas sin hogar por su crimen. La policía le había ayudado a encontrar un refugio seguro, pero quería empezar de cero en un nuevo sitio, y decidí mudarse (increíblemente, a la misma ciudad en la que el viajero con cáncer vivía antes de venir acá). Encontró un apartamento, empezó su nueva vida—y recibió un diagnostico de cáncer en etapa cuatro. Pero siente una paz, me contó mi compañera de trabajo, que habla con ella por teléfono regularmente. No habría querido morir en la cárcel.

Es muy común que personas que están muriendo quieran pasar sus últimos días en su casa. Normalmente, pensamos que se debe escoger entre morir en casa, rodeada de familia, y fallecer en un hospital. Los pobres y los sin hogar que padecen cáncer no necesariamente ve sus opciones así. Muchos no tienen casa, o si tienen un techo donde cobijarse pero están aislados emocionalmente, sin ningún sistema de apoyo. Es posible que sus decisiones nos parezcan desacertadas, como en los casos de nuestros viajeros arriba mencionados. ¿Por qué viajar a otra ciudad sin suficiente dinero y arriesgarse terminar sin hogar? ¿Por qué mudarse a una nueva ciudad sin conocer a nadie allá?

Un artículo escrito por profesora y sobreviviente de cáncer Cynthia Ryan nos puede entender mejor estos viajes. Para entender la situación de los sin hogar que padecen cáncer, Ryan entrevistó a varias personas que conoció por medio de un programa de una iglesia en Birmingham, Alabama, que sirve a los sin techo. Todos los que padecen cáncer, nota Ryan, emprenden una travesía, aunque para los sin hogar, es mucho más difícil. Pero algunos de los que conoció rechazaban opciones que les hubieran dado un lugar donde vivir. En ciertos casos, se trataba de miedo del sistema médico o temor de perder control de sus vidas. Una mujer que recibió un diagnóstico de cáncer regresó «la predictibilidad de su antigua vida en la calle» cuando ya no podía aguantar la cirugía y quimioterapia. Edwina, una mujer con quien Ryan desarrollaba una relación bastante fuerte, tenía sentimientos encontrados sobre su tratamiento médico pero estaba muy agradecida por el cuidado de varios enfermeros y los miembros de la iglesia. Ryan descubrió que Edwina había sobrevivido tantos años en la calle que ya tenía la habilidad de «tomar las cosas día a día—una perspectiva sobre la vida a la que muchos sobrevivientes [de cáncer] aspiran». Por eso, «ella no permite que el cáncer defina quien es»—algo muy difícil para la misma Ryan.

Las historias que cuenta Ryan de los que entrevistó son instructivas para clientes como nuestros viajeros en sus viajes finales. Al fin de una vida, todos necesitan hacer decisiones y planear sus pasos finales en la tierra, los entienden o no los demás. Jesús nos enseñó que la muerte no es el fin sino una parte de nuestra travesía como hijos de Dios; estamos todos, entonces, en medio de un viaje. Tal vez nuestros viajes finales en la tierra no sean literales, pero todos vamos a enfrentar esa parte final de nuestro camino en este mundo. Saber que en Jesucristo nuestros viajes finales aquí no son el fin del camino nos da lo que tiene estos dos viajeros con cáncer de nuestra agencia: paz, tranquilidad, esperanza.

Foto: freeimages.com/Andre Monteiro

Artículo de Cynthia Ryan sobre los sin techo con cáncer: http://www.crmagazine.org/archive/Fall2010/Pages/HomelessWithCancer.aspx?Page=1 (las traducciones son mías)