Antecedentes criminales: ¿Saber o no saber?

Ex_carcere--

sábado, 11 de junio, 2016

Tenemos muchos clientes en la agencia benéfica que acaban de salir de la cárcel.  De hecho, somos una de las organizaciones en las listas de agencias dispuestos a ayudarlos que reciben del personal de las prisiones o de sus oficiales de libertad.  Entonces, no nos sorprende que un nuevo cliente presente una tarjeta de identificación de recluso, o lleva una pulsera de control en el tobillo, o nos diga que «acabo de salir» o que han pasado tiempo en algún momento (o algunas veces) en la cárcel.  Pero una vez sí me sorprendió ver algo en el archivo de un cliente al que estaba ayudando.  Otro trabajador en la agencia, un voluntario o miembro del personal, había puesto las siglas «SO» en la parte superior de la primera página.  Era un agresor sexual (sex offender en inglés).

No soy ingenua; sé que tenemos clientes que han cometido crímenes sexuales, violentos, en contra de niños, espeluznantes.  Pero el caso del hombre con la etiqueta en su archivo era único porque es la única instancia en la que un colega determinó que esto sería la primera cosa que se vería al abrirlo.  Y me inquietaba.  Alguien había determinado, en parte, como se percibiría este hombre—porque, por supuesto, era imposible no pensar en eso después de ver estas siglas antes de ninguna otra información.  Aunque ese caso era inusual, señala unas preguntas que surgen en nuestro trabajo con frecuencia.  Con respeto a los clientes que han cometido crímenes, ¿queremos enterarnos de los detalles?  Y si los sabemos, ¿cómo evitar que esto influya nuestro tratamiento de la persona?

Normalmente, los clientes no nos cuentan los detalles de sus crímenes.  A menudo es evidente que tienen vergüenza de haber estado de la cárcel; no ofrecen más información.  A veces dicen algo vago—«tenía que pagar por mis errores»—pero nada más.  En algunos casos, mientras hablan con los consejeros, que pasan más tiempo con ellos y que preguntan en privado sobre sus necesidades, surge información más específica, pero es diferente para nosotros que no estamos en esa posición.  Como recepcionista—una posición en la que hago una forma de triaje, determinando adónde mandar a los clientes (a un consejero, a una persona que le va a ayudar con ropa)—normalmente no me entero de sus pasados.

Pero sí hay maneras de descubrir esta información, particularmente si la persona ha cometido crímenes sexuales.  Por ley federal conocido como la Ley de Megan, todos los estados de los EEUU deben mantener bases de datos sobre agresores sexuales disponibles al público, incluyendo detalles de sus crímenes.  En otros casos, una búsqueda en Google puede llevar a un artículo en un periódico sobre una detención o un juicio.  En estos casos, obviamente, el trabajador necesita buscar la información.  Surge la pregunta: ¿deberíamos?  No hay una respuesta «correcta» en un sentido estricto.  Tengo colegas que buscan los nombres de algunos clientes en la base de datos, y hay argumentos a favor: puede ser importante tener más cuidado con alguien (por ejemplo, si hay niños en la oficina); o es posible que indique otros problemas; o simplemente quieren saber (y es información disponible al público).

Pero personalmente he decidido no hacerlo por lo general.  Y si de alguna manera me entero de los antecedentes criminales de unos clientes, intento (aunque sea imposible) no tomarlos en cuenta cuando interactúo con ellos.  Quiero relacionarme con mis clientes y ayudarlos pensando en sus futuros, no en sus pasados.  Sí, a veces hay partes de esos pasados que son asquerosos, horrorosos, difíciles de aceptar.  Pero si realmente creemos en la promesa de nuestro Salvador—que en Él somos nuevas creaciones—ellos no se determinan por sus pasados.  Quiero verlos como los ve nuestro Señor, nuestro Dios de nuevos comienzos y nueva vida.

Foto: Por Giuliana radice (Obra Propia) [CC BY-SA 4.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)%5D, vía Wikimedia Commons