El racismo cotidiano y la elección presidencial en los EEUU

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lunes, 10 de octubre, 2016

Hace poco más de una semana—un periodo que parece una eternidad en esta temporada electoral—se publicó en el Washington Post un perfil de una seguidora del candidato Donald Trump.  Ostensiblemente una exploración de las creencias de alguien que apoya al candidato racista y sexista, la historia describe a una mujer cuyas perspectivas están al margen incluso de las de la mayoría de los partidarios de Trump.  No sólo cree que Obama es musulmán sino también que es probable que la primera dama sea hombre y que hayan secuestrado a las hijas de otra familia.  La reportera presenta a la mujer en cuestión en un tono que la menosprecia—y que enfatiza sus problemas personales y características negativas—describiendo su profanidad, sus hospitalizaciones para enfermedades mentales, sus episodios de problemas extremas mentales cuando no estaba tomando su medicamento para la ansiedad.  Otras referencias en el artículo representan pistas para los lectores de la clase intelectual—la autora menciona muchas veces que la mujer fuma constantemente; hay una foto de ella mostrando la camisón que llevaba cuando se le arrestó por amenazas en línea—que indican que esta mujer es una marginada, una loca, alguien totalmente diferente que la gente normal del país.

Este artículo ha sido criticado, afortunadamente, por muchos periodistas y lectores; se ha notado que la publicación misma se aprovechó de la  vulnerabilidad de una mujer con enfermedades mentales y una vida muy triste para supuestamente entretener a todos los que quieren reírse—educadamente y con una fingida tristeza—de su manía y estupidez.  Me ofendió por estas razones, pero para mí representa algo más: es un ejemplo de cómo los medios—y la gente blanca por lo general en los EEUU hoy en día—suele pensar en el racismo como algo extremo, extraño, fácilmente identificable, escandaloso, en vez de enfocarse en el racismo cotidiano que se esconde detrás de ideas comunes o aceptables pero que están basadas en prejudicios y exclusión.

No me malinterpretes; estoy, por supuesto, en contra de estas expresiones abiertas además del racismo sutil, y me preocupa mucho la violencia y retórica horrible de grupos abiertamente racistas y los que atacan a manifestantes en los eventos de Trump.  Pero el problema del racismo no sólo tiene que ver con los que expresan abiertamente y en términos muy feos su odio hacia afroamericanos, latinos, musulmanes y inmigrantes. Si fuera así, el problema del racismo sería mucho más limitado y fácil de identificar.  Si fuera así, Trump sólo gozaría del apoyo de una base bastante limitada.  Pero la realidad es diferente; hay mucha gente de la clase media y media alta, comentaristas conocidos y gente que no puede ser descartada  fácilmente por periodistas, que justifican y toleran las expresiones abiertas del racismo de Trump.  Sus perspectivas encajan en otra categoría: el racismo cotidiano.

En un artículo publicado en 2000, el activista antirracista Tim Wise explora este tipo de racismo.  «El problema de racismo no se encuentra en los extremos», explica Wise.  Es algo escondido detrás de proclamaciones de mucha gente ordinaria—que los inmigrantes toman nuestros trabajos; que no necesitamos leyes en contra de la discriminación; que es aceptable que los dueños blancos de casas no quieran alquilar o vender a gente de otras razas.  Esta gente niega ser racista y señala a la gente como la mujer del artículo arriba mencionado; afirma, como dice Wise, que el racismo es el problema de otros.

Es esta presuposición misma que, en muchos sentidos, permite que el racismo cotidiano continúe.  Si nos enfocamos en sólo las expresiones abiertas y escandalosas, no necesitamos enfrentar las perspectivas racistas que impregnan nuestra sociedad y perpetúan la desigualdad.  Este racismo invisible, como dice Wise, es «mucho más problemático» y representa una amenaza más poderosa.  Aplicando el argumento de Wise al fenómeno de Trump, podríamos decir que el problema verdadero no es una mujer enferma y enojada sino los seguidores «educados» y respetados de Trump, los pastores y líderes que lo apoyan y los votantes que no son al margen de la sociedad sino en posiciones de influencia y poder.

El 8 de noviembre, la temporada electoral terminará.  Nadie sabe que va a pasar con la gente de la derecha extrema que se ha vista envalentonada por el racismo de Trump.  ¿Van a continuar promoviendo sus ideas abiertamente o van a salir del ámbito público?  ¿Van a seguir con manifestaciones violentas, gritando cosas feas, o van a juntarse fuera del ojo público como antes de esta elección?  Son preguntas interesantes pero no son las más importantes.  Deberíamos preguntar, ¿cómo vamos a enfrentar el racismo cotidiano que ha hecho posible la candidatura de Trump? ¿Vamos a aprender como el racismo cotidiano nos ha llevado a esta pesadilla o vamos a ignorar este problema nacional y permitir (asegurar) que esta historia se repita?

Foto: Por uraniumc (tomada por iphone) [Dominio público], vía Wikimedia Commons

Perfil en el Washington Post de una seguidora de Trumphttps://www.washingtonpost.com/national/finally-someone-who-thinks-like-me/2016/10/01/c9b6f334-7f68-11e6-9070-5c4905bf40dc_story.htm

Artículo de Tim Wise de 2000http://www.raceandhistory.com/historicalviews/18062001.htm (las traducciones son mías)

Colin Kaepernick y la paradoja del patriotismo en los Estados Unidos

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martes, 30 de agosto, 2016

Cuando el  jugador afroamericano de fútbol americano Colin Kaepernick decidió que ya no iba a pararse durante el himno nacional de los EEUU, no sólo ejerció su derecho a la libertad de expresión garantizada por la Constitución del país, sino también se unió al grupo de atletas de color estadounidenses que a lo largo de la historia se han manifestado en contra del racismo y la opresión.  De hecho, el comentario de Kaepernick que «no me voy a poner de pie para mostrar orgullo de una bandera de un país que oprime a los negros y a las personas de color» es muy similar a una declaración del beisbolista pionero Jackie Robinson en su autobiografía de 1972.  Pero, como en los casos de estos atletas, Kaepernick ha reactivado una polémica sobre estos acciones.  Las reacciones han sido tristemente predecibles: tiene una vida privilegiada y así no tiene derecho de criticar el país en el que ha triunfado; está comportándose de una manera mimada y malagradecida; no tiene respecto para su país; no es patriótico.

Muchos comentaristas han respondido a estas críticas, señalando que la bandera representa la libertad de hacer exactamente lo que Kaepernick ha hecho, es decir, expresar opiniones con las que algunos—quizás muchos—no estarían de acuerdo.  Se ha notado también las contradicciones inherentes a las críticas.  ¿Por qué una persona privilegiada «no debería» defender a los que están oprimidos?  Si uno está en una posición pública, ¿no es honorable usar este privilegio (y correr el riesgo de recibir quejas) para levantar la voz por los que no se escuchan?  ¿No se dice con frecuencia que el disentimiento es patriótico?

Estoy de acuerdo con todos estos puntos, y los quiero llevar un paso más adelante: asevero que sin acciones como la de Kaepernick, no hay patriotismo verdadero.  Para entender esta perspectiva, considera el caso Junta de Educación de West Virginia contra Barnette que se argumentó ante el Tribunal Supremo de los EEUU en 1943.  La junta había adoptado una resolución que les obligaba a todos los estudiantes y maestros del distrito a rendir homenaje a la bandera del país y recitar el juramento de lealtad.  Los demandantes, una familia de estudiantes que eran Testigos de Jehová, habían desafiado esta obligación.  El Tribunal decidió por los demandantes en una decisión poco conocido pero muy importante, notando que la Constitución protege esta libertad de expresión.

Una declaración de la opinión del juez Robert H. Jackson me parece particularmente relevante: «Creer que el patriotismo no florecerá si las ceremonias patrióticas son voluntarias y espontáneas, no una rutina obligatoria, es tener una opinión muy poco favorable del atractivo de nuestras instituciones para una mente libre».  De hecho, declaró Jackson, si queremos la individualismo y la libertad de expresar opiniones diversas, «hay que pagar el precio de tolerar» la expresión de perspectivas poco populares y polémicas.  Cuando se trata de comentarios «inofensivos . . . ese precio no es demasiado alto».  Por consiguiente, «la prueba [del individualismo y de la libertad] es el derecho a disentir en asuntos que inciden en el corazón mismo del orden existente.»

Es una paradoja: para probar la libertad que está al centro del patriotismo, hay que aceptar la expresión de posiciones que algunos consideran «antipatriotas».  Sin estas expresiones, el patriotismo es vacio; no había estado probado.  Kaepernick tiene razón, en mi opinión, en manifestarse en contra del racismo del país, y necesitamos escuchar sus comentarios para recordarnos que nos queda mucho que hacer para luchar contra el racismo.  Pero necesitamos su perspectiva también para entender y fortalecer los derechos fundamentales del país.  Y así su contribución, como las de sus predecesores, ejemplifica el patriotismo verdadero.

Foto: Por fotgrafo Jason Wilson, hive/flickr.com (http://flickr.com/photos/hive/354934043/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1555653) («El disentimiento desarrolla la democracia»)

http://latino.foxnews.com/latino/espanol/2016/08/27/kaepernick-no-atiende-el-himno-nacional-como-protesta-por-el-trato-las-minorias/ (traducciones son del artículo)

http://www.telesurtv.net/english/news/Making-a-Stand-by-Sitting-Down-Black-Athletes-and-the-Flag-20160830-0011.html

http://iipdigital.usembassy.gov/st/spanish/publication/2009/06/20090611131625emanym0.5359308.html#ixzz4IrCN1TuP (traducciones son del artículo)

Las escuelas de «ellos»

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viernes, 26 de agosto, 2016

En un discurso reciente en Michigan, Donald Trump dirigió algunas preguntas a los votantes afroamericanos. (Por lo menos explícitamente apeló a este grupo; dado que su audiencia era predominantemente blanca—como la gran mayoría de sus seguidores—algunos comentaristas han sugerido que realmente se dirigió a los blancos.)  «¿Qué tienen que perder por intentar algo nuevo, (algo) como Trump?» dijo.  «Están viviendo en la pobreza.  Sus escuelas no son buenas.  No tienen trabajo. . . ¿Qué demonios tienen que perder?»

Muchos han comentado sobre la ignorancia, condescendencia, y racismo de este comentario—basado en mentiras y distorsiones—y no pretendo repetir sus argumentos acertados.  Pero como la madre de dos hijos que asisten a escuelas públicas y diversas, me llamó la atención la descripción de «sus escuelas».  Por un lado, esta frase revela una perspectiva que desafortunadamente es bastante común entre la gente blanca en los EEUU, incluso gente que se considera progresista.  Al mismo tiempo, la frase se basa en una actitud muy problemática sobre la segregación en las escuelas públicas de los EEUU.

Es muy tentador descartar muchos de los comentarios de Trump—qué extremo, qué racista—pero en algunos casos, su retórica vulgar y fea representa la actitudes de muchos blancos en los EEUU, aunque no reconozcan sus ideas en las palabras explicitas del candidato.  La descripción de «sus escuelas»—las escuelas de los afroamericanos—no le parece tan poco común a la gente que, como yo, ha tenido conversaciones con gente blanca sobre las escuelas públicas.  Aunque no se lo diga abiertamente, muchos blancos, incluyendo los que se consideran tolerantes y abiertos, presumen que una escuela con muchos estudiantes afroamericanos es una escuela mala.  Esto sin realmente tener una idea sobre la calidad de la escuela; la presencia de muchas personas de razas minoritarias les hace concluir que la escuela no puede ser buena.

No diría algo tan pesimista si no hubiera experimentado estas actitudes de primera mano.  En las escuelas secundarias de mis hijos—nuestras escuelas del barrio—los estudiantes blancos representan menos de la tercera parte del alumnado.  Cuando estábamos al punto de matricularlos en las escuelas, recibimos muchas preguntas de otros padres.  «¿Estás segura que es una buena escuela?» me han preguntado con frecuencia, incluyendo ahora después de algunos años de asistencia.  Podrían haber buscado información sobre las escuelas por su propia cuenta, pero por lo visto la presencia de estudiantes de color (en nuestro caso, afroamericanos, latinos, y asiáticos) les hacían presumir que las escuelas eran malas.  Muchos padres blancos de nuestro vecindario y de la escuela primaria de mis hijos decidieron optar por otras escuelas supuestamente mejores o más apropiadas para sus hijos, aunque en muchos casos tienen peores resultados.  Normalmente no mencionan el asunto de estudiantes minoritarios sino hablan de otros factores como un programa especial, pero sospecho que tiene que ver con la diversidad étnica de nuestras secundarias.  Me parece raro; la escuela preparatoria en particular tiene resultados muy buenos y cada año muchos estudiantes son aceptados por universidades prestigiosas.  Pero la reacción parece tener poco que ver con estos factores.

Mi experiencia no es única.  Bloguera Abby Norman recibía las mismas reacciones de vecinos y amigos blancos que no quieren que sus hijos asistan a la escuela del barrio en la que la hija de Norman es una de dos estudiantes blancos.  Como Norman observa, esta gente busca experiencias con la diversidad para sus hijos, pero no quieren una escuela afroamericana.  «Todavía quieren una escuela blanca», nota, «pero una en la que otros niños no blancos también participan.»  Ella, como yo, sabe que muchos de los que hablan de estas escuelas «inaceptables» nunca las han visitado.  Hemos descubierto que desafortunadamente mucha gente comparte la opinión equivocada y despectiva de Trump que las escuelas con estudiantes de color son malas.

Pero hay algo más en esta frase «sus escuelas».  No «nuestras escuelas que sirven a los estudiantes afroamericanos» ni «las escuelas públicas a las que sus hijos asisten».  En el discurso de Trump—desde la perspectiva de Trump—es normal que haya escuelas que pertenecen a los afroamericanos y otras para los blancos.  Por supuesto, la segregación en las escuelas públicas es una realidad triste, pero esta manera de hablar la acepta como algo natural.  Desde esta perspectiva, no es algo que deberíamos cambiar ni un resultado de racismo.  Y, significativamente, él propone que se necesita el apoyo de una persona blanca para mejorar «sus escuelas».

Como mucho en la campaña de Trump, sus comentarios sobre las escuelas afroamericanas revelan actitudes racistas que son más comunes de lo que nos gustaría creer.  Mientras la gente blanca en los EEUU acepte la segregación como algo inevitable y piense en escuelas con muchos estudiantes de color como las escuelas de ellos—en vez de nuestras escuelas que debemos apoyar—la segregación seguirá y todos perdemos.

Foto: freeimages.com/matteo canessa

http://www.diariolasamericas.com/eeuu/trump-votantes-afroamericanos-que-demonios-tienen-que-perder-n4100991

Artículo de Abby Norman: http://www.huffingtonpost.com/abby-norman2/why-white-parents-wont-ch_b_8294908.html (las traducciones son mías)

Despertándonos en Vidor, Texas

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domingo, 31 de julio, 2016

En 1993, un juez federal ordenó que se aboliera la segregación en 170 proyectos de viviendas públicas en el este del estado de Texas, una parte de los EEUU acosado desde hace mucho tiempo por el racismo.  Mucha gente blanca del área reaccionaba negativamente, y un pueblo en particular, el pequeño Vidor, ganaba infamia nacional durante en proceso como el sitio de varias manifestaciones del Ku Klux Klan, un grupo terrorista y extremista en los EEUU que promueve la supremacía de la raza blanca y tiene una historia larga y fea de odio y violencia.  La prensa nacional descendió en este pueblito, que rápidamente se hacia el símbolo de un tipo de racismo que persistía en las ciudades pequeñas en el sur del país.

En aquel entonces, yo trabajaba en una universidad, y el tema de Vidor surgía con frecuencia en conversaciones en las que reaccionábamos con horror.  Como todos, me quedaba escandalizada por el odio y racismo; qué atrasada debe ser ese lugar; que ajeno ese ámbito a las actitudes que yo consideraba comunes y civilizadas.  Por supuesto sabía que existía racismo en los EEUU pero esto me parecía de otra época.  ¿Qué tipo de gente vive en un lugar así? me preguntaba.  Definitivamente gente muy diferente que la persona promedia en nuestro país.

Tenía la oportunidad de examinar esta presuposición cuando descubrí que, de hecho, conocía a una persona de Vidor, aunque no lo había sabido antes.  Una de mis estudiantes, una afroamericana joven, me dijo que era de Vidor, y que le molestaba mucho la manera en la que la prensa presentaba su ciudad.  Hay mucha gente buena allí, me dijo; obviamente ella no estaba negando el racismo que debía haber visto y experimentado, pero pensaba que la prensa se estaba enfocando demasiado en la historia sensacionalista de los miembros Klan, muchos de los cuales no vivía en Vidor sino había ido allí para participar en las manifestaciones.  Su perspectiva me hacía pensar no sólo en su punto sobre la gente buena cuya perspectiva no recibía atención sino también en como el enfoque de la prensa sugería que el racismo en los EEUU en 1993 era un problema obvio y aislado.  Haciendo énfasis en este racismo descarado y abierto permitía al púbico general pensar que el racismo no era un problema  generalizado.  Los racistas eran aquellas personas, personas de un lugar lejos de las ciudades grandes, personas que se podía identificar fácilmente.  No había muchos de ellos; no vivían cerca de nosotros.  Un problema triste pero pequeño; no podía afectarnos.

Pienso mucho en esta perspectiva sobre Vidor—y todos los lugares en los que ocurren actos violentos y racistas—cuando pienso en la campaña presidencial actual en los EEUU.  Casi cada día Donald Trump hace declaraciones que antes parecía impensable, llenas de racismo, sexismo, odio.  Peor aún, tiene (según las encuestas) el apoyo de casi la mitad de la población estadounidense—o por lo menos, no piensa que sus perspectivas lo descalifique  como candidato.  ¿Cómo es posible que ahora este odio parece tan generalizado cuando antes yo pensaba, como muchos, que estas actitudes sólo pertenecían a un grupo pequeño, aislado, atrasado?

La respuesta es que cuando nos enfocamos en las actitudes de gente que nos parece obviamente extremista y atrasada—los miembros del Klan en el incidente en 1993 en Vidor, por ejemplo—no vemos el racismo de la gente «respetable» y supuestamente «razonable».  Ignoramos a la gente «ordinaria» en los EEUU que todavía sostienen la supremacía de los blancos, que creen en estereotipos feos sobre otros grupos y que quieren excluir a los de otras razas.  Si pensamos que el problema es la gente en lugares como Vidor o otros pueblos supuestamente muy diferentes del resto del país, no necesitamos aceptar que el racismo todavía es muy común en los EEUU.

Esta tendencia de pensar que el racismo es problema de aquellas personas, gente de un pueblo atrasado y lejano—no de la gente razonable y respectada—permitía también que muchos en los medios de comunicación pudieran descartar las ideas de Trump hasta bastante recientemente.  Las noticias lo presentaban como un candidato sólo popular ente aquella gente ignorante, de pueblitos en medio de la nada.  Los cómicos bromeaban de cuan estúpidos y ridículos eran los partidarios de Trump—gente de otros lugares, gente que no necesitábamos tomar en serio.  Ahora sabemos que estas presuposiciones eran falsas, y peor aún que nuestra negación del racismo alrededor de nosotros ha impedido de lo enfrentáramos.  Y ahora nos amenaza, poniendo en peligro nuestro futuro.

Tenemos que admitir que un lugar como Vidor, Texas, no está tan lejos, tan diferente.  Sí, tal vez la gente allí expresa sus opiniones en una manera menos delicada, más vulgar, pero el fenómeno de Trump nos demuestra que el racismo es un problema de todo el país y ya no debemos ignorarlo.  Por medio de esta campana presidencial y su retorica fea, nos hemos despertado y nos hemos dado cuenta que, en efecto, nosotros también vivimos en Vidor, Texas.  No sólo aquella gente sino todos vivimos en el medio de este problema enorme del racismo—y tenemos la responsabilidad de enfrentarlo.

Foto: «CIMG0093.JPG» by  lordsutch (Chris Lawrence) bajo la licencia (CC BY-SA 2.0

«La conversación»: La perspectiva crucial de una «latina sabia» sobre la brutalidad policial

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miércoles, 6 de julio, 2016

En 2001, Sonia Sotomayor—en aquella época una juez federal—hizo una declaración sobre la perspectiva única y fundamental que podría ofrecer una latina (y por inferencia, cualquier persona de un grupo minoritario en los EEUU) sobre asuntos legales: «yo esperaría que una mujer latina sabia, con la riqueza de sus experiencias, llegaría en muchos casos a mejores decisiones (como juez) que un varón blanco que no ha conocido esa vida».  Ocho años después, cuando el presidente Barack Obama la nominó al Tribunal Supremo de los EEUU, se armó un escándalo entre algunos comentaristas blancos por estas palabras.  ¿Qué quería decir con «mejor»?  ¿No era una admisión de extremismo, de arrogancia?

Los que entendemos como «los privilegios de los blancos» hace que los blancos con frecuencia sean ciegos sobre las experiencias de otros grupos sabíamos lo que significaba.  Es difícil ponerlo en palabras concretas, pero ella explicó poéticamente la necesidad de cuestionar las presuposiciones comunes en los tribunales y otras sedes de poder desde las perspectivas de los que han tenido experiencias distintas.  Lideres blancos ven el mundo en el contexto las experiencias de personas que no enfrentan la discriminación, y su inhabilidad de ver las realidades de las vidas de personas de otras razas y grupos étnicos influye sus decisiones.  Una persona de otro grupo entiende una situación desde otro punto de vista, y sin la presencia de sus voces en los corredores de poder, la discriminación se perpetúe.

En su opinión disidente a la mayoría en un caso reciente ante el Tribunal Supremo, Sotomayor demostró en términos concretos la importancia de la perspectiva de una «latina sabia» en casos que afectan a gente marginada en los EEUU.  La opinión de conformidad declaró que juzgados puedan usar en sus deliberaciones pruebas obtenidas por la policía de maneras ilícitas.  Sotomayor articuló en su opinión los peligros de esta decisión; permite que un policía viole los derechos de una persona al detenerla sin causa y que luego se presente evidencia encontrada de esta manera en su contra.  «No es un secreto que personas de color son desproporcionalmente las víctimas de este tipo de escrutinio», afirmó Sotomayor, y añadió un comentario notable: «Por generaciones, padres negros y latinos han tenido ‘la conversación’ con sus niños – instruyéndolos que no deben de correr por las calles; que mantengan siempre sus manos donde se puedan ver; que ni piensen en contestar abruptamente a cualquier extranjero – todo por el temor de la reacción que podrá tener con un policía armado».

«La conversación»: no es sabiduría común entre los blancos, aunque hay los que, como yo, hemos escuchado las historias de familias afroamericanas y latinas sabemos su importancia.  Es un rito de pasaje triste en estas familias; ante la amenaza de la brutalidad policial, es necesario.  Los que hemos tenido conversaciones abiertas y honestas con estos padres después de casos de brutalidad policial que han salido en las noticias, han escuchado de cómo se preocupan por sus hijos y como con frecuencia sientan la necesidad de repetir esta «conversación».  Es una parte de la vida normalmente escondida de la mayoría de la gente en los EEUU pero que afecta mucho a la gente marginado.

Un principio fundamental de los estudios sobre «los privilegios de los blancos» es que para desafiar esta desigualdad, hay que dar a conocer las experiencias de la gente de otras razas.  Sotomayor, al hablar abiertamente, honestamente, y claramente sobre «la conversación» demostró la importancia de esta estrategia.  Es triste que la mayoría no conformara con su opinión, pero las palabras de esta «latina sabia» por lo menos están cambiando la conversación pública sobre asuntos raciales, lo que representa un paso crucial.

Foto: Por Tony Webster de Minneapolis, Minnesota (Cierre de Quarto Recinton) [CC BY-SA 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)%5D, vía Wikimedia Commons

Discurso de Sotomayor en 2001: http://www.primerahora.com/noticias/estados-unidos/nota/obamaelogiaasoniasotomayor-302660/

Opinión disidente de Sotomayor en Utah v Strieff: http://www.pressreader.com/usa/el-diario/20160627/281638189509881

Más de mi segundo idioma, parte 2: Una nuevo punto de vista

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viernes, 29 de abril, 2016

Como sabe cualquiera que siga los debates públicos en los EEUU, el bilingüismo es un asunto polémico.  Los movimientos «sólo inglés» y «inglés oficial», educación bilingüe, el idioma y la asimilación—todos son temas que conllevan emociones fuertes.  Incluso antes de aprender español, yo tenía una perspectiva abierta y progresista acera de estas controversias.  Siempre he tenido mucho respeto para los que hablan más de un idioma, y nunca me ha molestado que alguien prefiera o sólo use otro idioma distinto del inglés.  Siempre he pensado que la base de la oposición al bilingüismo en los EEUU viene del miedo, del racismo, y de la xenofobia.

Pero ahora que hablo español, me encuentro en el medio de estos debates en un nivel personal.  Paso tiempo regularmente con gente que habla sólo inglés, sólo español, y gente bilingüe.  Y desde este punto de vista, he aprendido mucho sobre las inseguridades y miedos de muchas personas estadounidenses, los dobles raseros que usan para hablar de personas que hablan idiomas distintos del inglés, y las contradicciones en sus perspectivas que les previenen aceptar a la diversidad lingüística alrededor de ellas.  He visto como el racismo y la xenofobia se manifiestan en los debates públicos y en la vida cotidiana como yo no podía antes.

En conversaciones con personas monolingües de habla hispana y de habla inglesa, a veces me confiesan que han intentado aprender otro idioma, pero no tenían éxito.  «Intentaba aprender inglés», me han dicho algunos hispanoparlantes, «pero no podía».  Similarmente, angloparlantes me dicen, de vez en cuando, que trataban de aprender español, pero descubrían que no tenían una habilidad para alcanzar un nivel más allá del básico.  No soy experta en el aprendizaje de idiomas, pero mi experiencia sugiere que es posible que haya algo de la verdad en sus observaciones.  Conozco a gente que realmente parece tener una habilidad innata para dominar otros idiomas.  Asisto a clases de español con gente para la que es su tercer, cuarto o incluso quinto idioma.  Estudio cada día para mantener mi nivel de fluidez, mientras algunos compañeros de clase no estudian entre las sesiones y pueden hablar más naturalmente que yo.  Definitivamente, aprender un idioma requiere trabajo y dedicación, pero es posible que algunos no vayan a lograr el nivel que se requiere para comunicar.

Pero he notado un doble rastrero que me llama la atención: la gente anglohablante que me dicen que no pueden aprender español son, con frecuencia, las mismas personas que se quejan de los inmigrantes que no hablan inglés.  Presumen que son perezosos o que carecen de motivación.  Pero si estos angloparlantes creen que es algo innato que les previene tener éxito en aprender español, ¿por qué no piensan que esto pase también con los que tienen dificultades aprendiendo inglés?  El hecho de que no parezcan ver la contradicción demuestra como estos privilegiados no reconocen sus prejuicios.  Desde su perspectiva, sólo ellos tienen el derecho de definir las reglas, según las que los que hablan otros idiomas siempre son inferiores.

Otra contradicción tiene que ver con las actitudes de la gente anglohablante hacia los que hablan español en su presencia.  Los que sólo hablan inglés comentan con frecuencia de situaciones así que los hispanohablantes deben estar hablando de estos anglohablantes.  Esto siempre me ha parecido en el mejor de los casos una actitud ensimismada, y paranoico en el peor.  ¿Por qué presumen angloparlantes que sean el tema de la conversación?  ¿Qué tienen de fascinante?  Este hábito de pensar que todo el mundo se gira alrededor de ellos es, desafortunadamente, común en personas privilegiadas.  Pero el tono siniestre de la sospecha—deben estar diciendo algo problemático—demuestra el miedo que tiene los anglohablantes de personas de otras culturas, razas, países.

Al mismo tiempo, revela otra contradicción.  Los anglohablantes se quejan con frecuencia de la gente que sólo habla español en los EEUU que no haya asimilado, es decir, que se haya mantenido separada de los que hablan inglés.  Si los que sólo hablan español están manteniéndose aislados de la gente angloparlante, ¿cómo podría ser que al mismo tiempo estén tan obsesionados con los que sólo hablan inglés que conversen de ellos con tanta frecuencia?  No tiene sentido pensar que tengan demasiada curiosidad y al mismo tiempo carezcan de interés en ellos.

Ahora que experimento los retos y los beneficios de hablar dos idiomas, entiendo que el español—y todos los idiomas distintos del inglés que se hablan en nuestro país—está enriqueciéndonos, como individuos y una sociedad.  No todos los anglohablantes van a aprender otro idioma, por supuesto, pero deberían reconocer sus prejuicios y rechazar el miedo.   Deberían valorar todos los sonidos de nuestro futuro.

Foto: freeimages.com/miamiamia

Adiós a los mitos sobre los Estados Unidos «posracial»

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viernes, 8 de abril, 2016

A muchos estadounidenses blancos les ha gustado pensar en los últimos años que vivimos en una sociedad «posracial.»  Teníamos problemas durante nuestra historia, la mayoría admitiría—la esclavitud, la segregación, la violencia racial—pero los hemos superado, según este razonamiento popular.  Por supuesto que esta idea es una ficción, pero una muy atractiva para muchos.  ¡Hemos resuelto todos nuestros problemas!  ¡Qué generosos y avanzados somos!  El mito les ha permitido a los blancos no sólo felicitarse a sí mismos sino también quejarse de los que piensan que todavía existen el racismo y la desigualdad.  ¿No saben que hemos acabado con todo eso?  ¡Somos ciegos al color!

La retórica de esta temporada de elecciones en los EEUU ha puesto fin a este mito.  La muerte de la idea de una nación «posracial» había comenzado antes, como algunos comentaristas han notado, con los asesinos de jóvenes afroamericanos por la policía en varios lugares—Michael Brown en Ferguson, Misuri; Tamir Rice en Cleveland, Ohio; Eric Garner en Nueva York; entre muchos otros.  Ahora, con las proclamaciones abiertamente racistas de varios candidatos republicanos y sus seguidores y los espectáculos asociados con las campañas, por fin debemos enfrentar la verdad sobre el racismo en los Estados Unidos.  Cuando tenemos candidatos que acusan a personas de ciertas razas de ser criminales, proponen «vigilar» lugares en donde viven personas de razas o religiones minoritarias, se niegan a rechazar a grupos racistas de terroristas blancos, y animan a sus seguidores a atacar a gente de color, podemos por fin esperar que no ya tengamos escuchar las declaraciones que el racismo se ha acabado.

El fin de este mito general de un país «posracial» trae consigo la implosión de algunos «sub-mitos» también.  Por fin se ha desmentido el mito bastante poderoso que sugiere que aunque todavía haya alguna gente racista en los EEUU, es un grupo extremista (y pequeño) y no representaba «el corriente principal».  Al creer este mito, la mayoría de los blancos podía pensar que sólo algunos pocos tenían problemas con personas de color, que el resto era tolerante y abierto.  Pero ahora que políticos y líderes supuestamente religiosos han revelado sus sentimientos verdaderos al apoyar a Donald Trump y alinearse con los que abiertamente expresan su odio para latinos, afroamericanos, y musulmanes, el país necesita enfrentar la verdad: el racismo todavía es parte de la experiencia estadounidense.

Pero, dicen algunos, el país eligió al primer presidente afroamericano.  ¿No significa esto que ya no hay racismo en la nación?  El odio que se ha presenciado durante esta temporada demuestra cuán falso era esta ilusión.  De hecho, incluso antes de esta campaña—desde la campaña presidencial de Barack Obama y el principio de su presidencia—había surgido una rabia en contra de él que sólo se puede explicar como la inhabilidad de aceptar a un afroamericano en la Casa Blanca.  El refrán tan popular en esta temporada de elecciones que «quiero recuperar a mi país» sugiere que alguien lo ha robado.  La inferencia tiene poco de sutil: aunque Obama ganó dos elecciones, la idea ridícula de que él tenga una posición que tomó ilegítimamente demuestra que no hemos dejado el racismo en el pasado.

El racismo que ha surgido en esta campaña presidencial también ha desmontado otro mito de una nación «posracial».  Por muchos años, líderes conservadores blancos han intentado convencer al país que ya no hay racismo, pero necesitan explicar porque todavía existe la desigualdad.  Según su razonamiento, los problemas raciales no se causan por los blancos sino por las «amenazas» de otros grupos.  Hemos escuchado las calumnias: los latinos van a tomar los trabajos de los afroamericanos.  Los afroamericanos van a atraer a los inmigrantes a pandillas y minar sus valores culturales.  Por desgracia, la estrategia de distraer y dividir a gente oprimida funciona a veces, pero esta temporada de las campañas de odio ha expuesto el truco y ha demuestro lo que realmente es.  Los grupos que han sido los blancos de sus acusaciones se han unido para luchar en contra de estos racistas, negándose a creer las mentiras que los poderosos han usado para mantener sus posiciones.

Para afrontar los problemas raciales que tenemos en los EEUU y el racismo que sigue envenenando nuestra sociedad, necesitamos admitir que existen.  La negación es una fuerza poderosa, pero con el fin de estos mitos ya no es una opción.  Lo que está pasando es feo y vergonzoso, pero ya no podemos ser ciegos a la verdad.  Queramos o no, la tenemos que ver.

Foto: Por Djembayz (Obra propia) [CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)%5D, vía Wikimedia Commons (El quincuagésimo aniversario de la Marcha por Trabajos y Libertad en Washington, 2013)

2015: Un año de solidaridad estudiantil en las universidades estadounidenses

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jueves, 31 de diciembre de 2015

El activismo estudiantil en las universidades estadounidenses normalmente se asocia con una época pasada. Algunas manifestaciones en campus universitarios en los Estados Unidos han recibido publicidad durante las últimas décadas, pero generalmente se piensa que el activismo universitario hoy en día es más propio de otros países. Los estudiantes universitarios estadounidenses, nos dicen, son egoístas o apáticos, están demasiado preocupados con pagar las matrículas que van en constante aumento, y no tienen el tiempo ni el interés en la política de sus antecesores.

Este sentido común cambiaba bastante en 2015, un año en que ha habido manifestaciones en muchos campus universitarios estadounidenses. Sin embargo, los medios se enfocan normalmente en esfuerzos que tienen que ver con los intereses inmediatos de los estudiantes: matrículas y gastas; violencia, racismo y otras formas de opresión en contra de grupos en los campus; o restricciones de su libertad de expresión. Estas cuestiones, por supuesto, son muy importantes y afectan a muchos; pero la idea de que los estudiantes no se preocupen por asuntos que más allá de sus propias vidas es equivocada. Considera, por ejemplo, estas manifestaciones en las que jóvenes en varios campus lucharon por los demás y demostraron su solidaridad con los marginados. Además, conectaron las injusticias en sus ámbitos inmediatos con diversas luchas nacionales.

9 de enero: Exactamente 54 años después de que Charlayne Hunter-Gault y Hamilton Holmes abolieron la segregación en la Universidad de Georgia—los primeros en una universidad pública del sur profundo de los Estados Unidos—más de cincuenta estudiantes organizaron una «sala de clase integrada» en la universidad. Los estudiantes, casi la mitad personas indocumentadas y los demás sus aliados, protestaron las políticas del estado que les previenen a los estudiantes indocumentados admisión a las cinco universidades públicas del estado. Se negaron a desocupar la sala a la hora de cerrar el edificio, y se les arrestó a nueve manifestantes.

15 de abril: Estudiantes universitarios en muchos lugares se unieron con trabajadores en sus universidades además que los de restaurantes de la comida rápida en manifestaciones del movimiento «Lucha por 15».   Estudiantes de la Universidad de Rochester en Nueva York, la Universidad de California en Berkeley, la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro, la Universidad de Drexel en Filadelfia y muchos más protestaron por un sueldo de por lo menos 15 dólares por hora—más de cinco dólares más del sueldo mínimo en sus estados—en la industria de la comida rápida y otros sectores de la economía de servicios. «Pienso que es muy importante reconocer la desigualdad que sucede cada día en los Estados Unidos y como se perpetúa por todo el mundo», dijo Sarah Bodhuin, una estudiante de Drexel.

12 de noviembre: En diversos campus en los Estados Unidos, incluyendo Smith College y Boston College en Massachusetts, la Universidad de Washington y la Universidad de California de Sur de Los Ángeles, estudiantes protestaron en solidaridad con sus colegas de la Universidad de Missouri. Durante el otoño, estudiantes de Missouri habían publicitado incidentes de racismo y intolerancia en su campus y la inacción de la administración en promover justicia y tolerancia. Se habían organizado varios eventos y manifestaciones, incluyendo la declaración de miembros afroamericanos del equipo de fútbol americano que boicotearían las sesiones de entrenamiento y los partidos hasta que renunciara el presidente del sistema universitario de Missouri, Tim Wolfe. Aunque todos los esfuerzos de los estudiantes fueron importantes y valientes, esta acción en particular—en un país obsesionado con el fútbol americano y entre estudiantes recibiendo apoyo financiero de la universidad—fue un acto llamativo. Wolfe sí renunció el 9 de noviembre.

Hoy en día, los estudiantes estadounidenses escuchan muchos mensajes que podrían desanimarlos a luchar por causas que no tienen que ver con sus vidas inmediatas. Se les dice que en una economía incierta, hay que enfocarse en sus propios futuros; que no hay una necesidad de involucrarse en batallas como las de los sesenta; que en sus años universitarios deberían buscar su propia gratificación e ignorar el mundo más allá de sus campus. Afortunadamente, muchos están desafiando estos consejos y demostrando que la justifica, la igualdad, y el futuro sí les importan.

http://www.huffingtonpost.com/stephen-pitti/the-spirit-of-selma-nine-_b_6447202.html

http://www.thedp.com/article/2015/04/fight-for-15-walkout. La traducción del comentario de Bodhuin es mía.

http://www.dailycal.org/2015/11/17/university-of-missouri-protests-and-their-effect-on-education-across-the-nation/

Foto: Por Article 25 Flickr [CC BY-SA 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)%5D, vía Wikimedia Commons

Mensaje a los cómicos: Si el racismo es material genial para tu profesión, busquen otro trabajo

laughing-1525975domingo, 8 de noviembre de 2015

Se ha dicho mucho sobre la participación de Donald Trump en el programa Saturday Night Live, y no pretendo hablar del programa en sí. Sólo vi algunos clips y me fueron suficientes; prefiero leer los comentarios para estar al corriente del asunto sin necesitar sufrir. Por supuesto que el programa demostraba la insensibilidad y la falta de respeto de los productores para los latinos y muchos más—se podría decir su propio racismo—en poner ratings y publicidad encima de la consideración de una comunidad y la decencia común.

Pero hay algo igualmente inquietante que me llamó la atención en los comentarios sobre el fenómeno de Trump y los que algunos llaman «comedia». En entrevistas sobre Trump—hablando de él en general además que sobre su apariencia en Saturday Night Live—algunos cómicos notaron que Trump les provee «buena materia» para su profesión. Trump ofrece «contenido genial para hacer comedia», dijo Tina Fey en un evento en julio, después de los comentarios de Trump sobre México y los inmigrantes mexicanos. El senador demócrata y viejo miembro del elenco de Saturday Night Live Al Franken dijo que el programa con Trump sería entretenido; Dana Carvey, quien hizo de George H. W. Bush en el programa durante su tiempo en la Casa Blanca, comentó en el programa de Jimmy Fallon, «No estoy diciendo que yo quiera que Donald Trump sea presidente, pero nunca quiero vivir en un mundo en donde Donald Trump no sea candidato a la presidencia. Mi calidad de vida se ha incrementado mucho.»

Afortunadamente, otros comediantes expresaron su oposición a la apariencia de Trump y al hecho de que un programa de comedia le ofreciera una plataforma para representarse como alguien con ideas aceptables o divertidas. Nora Dunn, antiguo miembro del elenco (quien demostró su valentía en el año 1990 cuando boicoteó el programa por la apariencia del comediante sexista Andrew Dice Clay) lo declaró «horrible», y Janeane Garofolo dijo, «Nada de eso me parece divertido. Me duele, y debe preocuparle a todos.» Rob Schneider y Norm Macdonald también comentaron que no les parecía divertido ni apropiado que se le invitara a Trump al programa. Les felicito para expresarse, desafiando las opiniones de celebridades tan conocidos como Fey, Franken, y Carvey.

¿Qué significa cuando el racismo, según cómicos influyentes, es buen material para su trabajo? Por supuesto que burlarse de algo ofensivo es, en algunos casos, una manera de disminuir su poder, pero ¿estar feliz de tener comentarios racistas envenenando al público? ¿No es mejor desear un mundo en donde no haya discursos llenos de odio? Estos cómicos dicen, en efecto, que les conviene que haya una persona difamando a un grupo porque pueden usarlo para ganar dinero y fama. Su egoísmo, su narcisismo, y su falta de preocupación para el país son escandalosos. ¿También desean que no se acaben el sexismo y la homofobia porque estas enfermedades también sirven para hacer buena comedia?

Y a los que dicen que la comedia ayuda a desarmar el odio y el racismo: en algunos casos, sí. Pero necesitamos pensar en quien tiene el poder de decir que alguna idea ha perdido su poder. Los productores del programa dieron a Trump la oportunidad de ganar más publicidad para sus ideas y sugerir que, ahora que sus comentarios (con su apoyo) se han ridiculizados o satirizados, no son dañinos. Y peor aún, los poderosos sugieren así que el problema ya no es Trump o el racismo, pero los que continúan luchando en contra de ellos. ¿Por qué se ofenden tan fácilmente? exclaman. ¿No pueden apreciar una broma?

Tengo un mensaje para los comediantes: Si su profesión depende de la existencia de racismo y otras formas de odio, no necesitamos su comedia. Si todo los que les importa a ustedes es que puedan usar los comentarios en contra de la dignidad y los derechos de los demás—y así demuestran que no toman en serio el poder dañino del racismo y del odio—tu trabajo no le sirve a nadie excepto a ustedes. Nosotros que deseamos un mundo libre del enveneno de todos tipos de odio no queremos sacrificar nuestro futuro para que puedan continuar con sus chistes.

Comentario de Fey sobre Trump: http://varietylatino.com/2015/digital/noticias/tina-fey-donald-trump-candidatura-presidencial-174406/

Reaciones del elenco de Saturday Night Live a la apariencia de Trump: http://fusion.net/story/228055/saturday-night-live-cast-donald-trump-hosting-snl/. Las traducciones son mías.

Foto: FreeImages.com/themiz

Tres mil optimistas y el futuro de nuestro país

american-flags-1549988miércoles, 21 de octubre de 2015

Normalmente no me gustan las multitudes, y tampoco soy fanática de hacer cola. Pero ayer pasé tres horas en un grupo de tres mil personas, esperando por una hora y media para poder entrar en un salón enorme, y fue una experiencia de felicidad total. Se trató de la ceremonia de naturalización de una amiga, un evento en el que más de mil personas se hicieron ciudadanos estadounidenses. El ambiente fue animado y se oyeron risas y comentarios en varios idiomas mientras los guardias entusiastas platicaron con nosotros del número de personas en el evento. La alegría fue tan contagiosa que todos en el auditorio—padres, hermanos, hijos, amigos, parejas, abuelos—aplaudimos con energía después del reconocimiento de cada uno de los 93 países de origen de los participantes, desde Afganistán hasta Zimbabue.

No pude evitar pensar en el contraste entre este ambiente positivo y las reuniones recientes de los partidarios de Donald Trump. Llenos de enojo y negatividad, el refrán egoísta y pesimista de estos eventos—«Quiero recuperar a mi país»—sugiere que el pasado, y no el futuro, es el modelo. Como muchos han notado, esta consigna demuestra el elitismo y racismo de los que no pueden suportar la idea de un presidente afroamericano y una nación con cada vez más gente de idiomas y colores de piel diferentes. Se me ocurrió ayer que también hay detrás de esta perspectiva un pesimismo que va en contra del espíritu estadounidense, el espíritu de inclusión que llenó el auditorio en que celebramos.

Frederick Douglass, uno de los héroes de la historia estadounidense—un esclavo que se escapó y luego se hizo abolicionista y uno de los oradores y hombres de estado más influyentes de su tiempo—habló en 1869 de este pesimismo y las razones por las cuales esta perspectiva perdería a largo plazo. Hablando de nuestra «nacionalidad compuesto», Douglass defendió en particular la inmigración china, un tema muy polémica en su tiempo. Y tuvo una respuesta en particular a los que, como los que hoy dicen que «quieren recuperar a su país», pensaba que deberíamos regresar al pasado en vez de abrazar el futuro y la inmigración. «Es la opinión de muchos», notó Douglass, «que esta república ya ha visto sus mejores días». En particular, dos clases de personas proponían esta idea: los que «nunca ve el lado bueno de nada y probablemente nunca lo haga» y los que «piensan que los pocos se destinan para reinar y muchos para servir; que elevan el rango sobre la fraternidad, y la raza sobre la humanidad; que ponen más importancia en formas ancianas que en las realidades vivas del presente; que adoran el poder, quienquiera que lo tenga y comoquiera que se consiguiera». Douglass indicó que en su tiempo aunque «el aire se llenó con nuncas», estos fueron «contradichos . . . por el resultado» de acontecimientos recientes. El futuro, dijo Douglass, requería «un bienvenido liberal y fraternal a todos los que seguramente vendrían a los Estados Unidos».

La alegría de la celebración ayer y las palabras de Douglass me dan esperanza. Cuando escucho el odio y las difamaciones de los inmigrantes de los que, como Trump y sus seguidores, piensan en «mi país» y no en «nuestro país», a veces me desanimo. Pero esa gente no habla del futuro del país. El futuro se encontró en ese salón, en la diversidad que Douglass notó que es nuestra fortaleza y el deseo de crear un mejor futuro para todos en vez de anhelar un pasado en el que sólo algunos prosperaban. Y como nos recordó la registradora de votantes, esos nuevos ciudadanos ahora tienen el poder de ayudar a determinar el destino del país con su voto. Con otros listos a soñar de un futuro mejor, yo y mis tres mil compañeros optimistas creemos que vamos a lograrlo.

Discurso de Frederick Douglass en Boston, 1869: http://www.blackpast.org/1869-frederick-douglass-describes-composite-nation#sthash.gI26Zn6P.dpuf. Las traducciones son mías.

Foto: FreeImages.com/Paul Vreugdenhil