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domingo, 20 de diciembre de 2015

Si preguntas al cristiano promedio sobre los requisitos de la caridad, es probable que responda con los actos descritas en Mateo 25:35-36: alimentar a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, recibir a los extranjeros, vestir a los desnudos, consolar a los enfermos, y visitar a los prisioneros. Ninguno es fácil, desde luego, y todos requieren sacrificio y compasión. Pero tal vez el más difícil es el último, el visitar a los en prisión (aunque en nuestra época de sentimiento anti-inmigrante tal vez sea un empate con recibir a los forasteros.) ¿Necesitamos ir a las prisiones, con sus reglas y restricciones, entrar en un ámbito que nos da miedo? ¿Cómo y con quién—y que hacemos una vez allí? Son preguntas que normalmente nos desalientan—y, a decir verdad, pretextos (entendibles) para evitar este deber.

Sin embargo, nosotros que trabajamos hoy en día en agencias que ayudan a los necesitados no necesitamos ir a una cárcel para interactuar con prisioneros. Cada vez más, los prisioneros—y los que recientemente salieron de prisión—nos visita a nosotros.   «Estoy encarcelado», me han dicho varios clientes en nuestra agencia—quienes con frecuencia llevan pulseras de tobillo—señalando que su estatus actual es todavía el de un prisionero, aunque en libertad condicional. Otros notan, «Acabo de salir», frecuentemente con vergüenza o vacilación. Es un suceso común que se está haciendo más frecuente con la liberación de muchos presos en los Estados Unidos y las liberaciones programadas que han recibido mucha publicidad en los medios. Nuestro deber como cristianos ahora nos enfrenta y no podemos refugiarnos en pretextos; si queremos seguir los mandamientos de nuestro Salvador Jesucristo, hay que servir.

Es una cosa decir que todos son bienvenidos y que ayudamos sin hacer distinciones, pero ¿cómo reaccionamos a una persona con una pulsera de tobillo? ¿Solemos juzgar a alguien que dice que recientemente salió de prisión, presumiendo que es una persona mala o que debemos sospechar de sus motivos u honestidad? Nuestras opiniones se pueden sentir por los clientes en esta situación, me imagino, y presumo que es por eso que con frecuencia tienen tanta vergüenza al admitir su estatus. Necesitamos examinar nuestros prejudicios y actitudes, para no minimizar o debilitar nuestra compasión y la posibilidad de ayudar. Hay que considerar con cuidado cómo nuestras reacciones pueden facilitar o impedir nuestra caridad.

También necesitamos entender los problemas particulares de los recién salidos de la cárcel. Después de estar en un ámbito controlado y regulado, con comida y un lugar donde dormir, muchos se encuentran en las calles sin dinero ni alojamiento. Las dificultades que normalmente enfrentan los sin hogar se aumentan por las percepciones de otra gente pobre, que con frecuencia les tiene miedo o les juzga. Recientemente, por ejemplo, llegó a nuestra agencia una mujer que había pasado 30 años en prisión por matar a un abusador. Estaba quedándose en un refugio para los sin hogar, pero nos contó que las otras mujeres la maltrataban por ser criminal. Necesitaba un alojamiento seguro; afortunadamente, algunos policías locales la ayudaron a mudarse a un nuevo refugio que se especializaba en mujeres como ella.

Las situaciones de los prisioneros bajo libertad condicional y los recién salidos de la cárcel también nos obligan a ver el mundo desde su perspectiva para entender los obstáculos a los que se enfrenten y ayudarlos a superarlos. Una persona que tenía una profesión antes de ser encarcelada descubre que el mundo ha cambiado y que para conseguir trabajo hay que entender cosas que antes no existían—el internet, el aumento en trabajos temporales, el uso de mensajes de texto para comunicar. También tienen que declarar sus antecedentes penales al solicitar trabajo, una barrera que puede parecer insuperable. En nuestra agencia, hemos coleccionado listas de compañías que no rechazan a empleados potenciales por sus pasados criminales, y tenemos contactos en otras agencias que pueden ayudar con entrenamiento en cómo usar el internet y el correo electrónico.

En nuestro mundo actual, algunas barreras del pasado han desaparecido, dejándonos con nuevas consideraciones al seguir nuestro Señor. En el pasado, podíamos ofrecer justificaciones para mantenernos alejados—sabíamos que deberíamos visitar al prisionero y ayudarlo, pero no estábamos preparados. Tal vez otro día, en el futuro. Ahora este futuro ha llegado; el prisionero ha llegado a nuestras puertas. ¿Estamos listos para servir?

Foto: Freeimages.com/Andras Kovacs

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